Lemanómetro de julio: presente

Vive sin futuro, como las bestias salvajes. Solo habita el momento presente, en una fuga continua, un mundo de sensualidad inmediata, tan carente de esperanza como de desesperación. Angela Carter, La cámara sangrienta.


Dicen que el presente no existe, que es solo un instante entre el pasado y el futuro, una cosa fugaz e imposible de atrapar, una corriente continua en la que nos vemos inmersos. Un puñado de arena que se escapa entre los dedos.

Dicen que, en realidad, el tiempo no existe, que es solo un ángulo de algo más grande, o algo distinto, tan distinto que es imposible de entender, y que el tiempo es una ilusión necesaria, en cierta manera, para otorgar algún sentido a nuestra existencia.

Dicen que esta ilusión es exigua en las mareas cósmicas del espaciotiempo, que somos una minúscula y despreciable mota de polvo en la inmensidad del vacío interestelar, y que la gravedad hambrienta terminará inexorablemente con nosotros, más tarde o más temprano.

Y, sin embargo, seguimos construyendo historias alrededor nuestro. Necesitamos construirlas para entender el mundo, para identificar causas y consecuencias a nuestro alrededor en un ejercicio de lógica al que nuestra inteligencia nos tiene condenados. Construimos narraciones de cualquier cosa, de nuestro día en el trabajo, de la quedada con nuestros amigos, de un partido de fútbol, de la última confrontación política o de nuestra vida íntima. Todos las necesitamos. Algunos exigen coherencia, o un final feliz. A otros esto nos da igual. La realidad puede ser fragmentaria y sin objeto, o puede tener un demiurgo que mueve los hilos sin que nos demos cuenta porque el tiempo pone cada cosa en su lugar. O quizá no. Lo importante es que a todos nos une esa misma necesidad de contar con una narración para entenderlo. Para entendernos.

Varias son las narraciones fragmentadas que han pasado por la Torre recientemente. Una de ellas es lo suficientemente breve y sugerente como para darle una oportunidad entre la ingente cantidad de información y entretenimiento que nos azota. Se trata de Crampton, el guion que Thomas Ligotti escribió en 1998 para un episodio de Expediente X, a iniciativa propia, porque nadie se lo había pedido. Contiene todos los elementos que se pueden esperar de él, aunque en un tono más ligero, y resulta divertido imaginarse el aparato visual mientras se recorren sus 41 páginas. De su lectura se desprende una afinidad con la serie y sus personajes por parte de Ligotti. Es una pena que no se rodara, porque creo que encaja bastante bien, aunque no soy buen juez porque nunca me interesó mucho una serie que siempre me pareció un pastiche un poco cutre de películas anteriores. El guion se cierra con uno de esos finales en círculo que a mí tanto me gustan.

American Psycho es otra gran narración fragmentada, aunque la palabra “narración” no hace justicia al rompecabezas esquizofrénico y paranoide, atiborrado de estímulos, que en realidad es, estableciéndose como una crítica feroz y desvergonzada a una época que nos condujo al momento actual, y de la que podemos entrever sus consecuencias en casi cualquiera de las noticias que pueblan nuestros informativos. La adaptación cinematográfica del año 2000 que, en principio, no me interesaba nada, se ha revelado como una obra inspiradísima, al acertar plenamente en el distanciamiento con el narrador y, por tanto, aumentar la acidez de la crítica y la comedia para, en el último tercio, cristalizar la magnífica puesta en escena en una conclusión no exenta de trascendencia. Adelantada a su tiempo.

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Volviendo a Ligotti, The Empty Man es la película de terror de la que todo el mundo hablaba hace apenas unas semanas. De nuevo, un final decepcionante para una película de terror única, que consigue la improbable hazaña de conjugar armónicamente el nihilismo del autor con la investigación al más puro estilo rolero y los sobresaltos del cine más palomitero. Pero donde encuentra la maestría, en mi modesta opinión, es en la encarnación del terror a plena luz del día, bien sea en las montañas tibetanas (terror blanco) o sobre la superficie de un puente. A pesar del final, magnífica.

También influencia del rol tiene 30 monedas, la serie para HBO de Álex de la Iglesia, que en la Torre hemos disfrutado como putos enanos. Creo que es una obra insólita en nuestro mercado y una señal de que puede que algo esté cambiando en la apreciación del género. Aunque tiene algunos altibajos, el primer episodio y los dos últimos (esa niebla blanca) son magistrales y, aunque el final deja un poco frío, tiene todo el sentido del mundo y cierra la historia de manera limpia y eficaz con una Macarena Gómez apabullante. Es nuestra ídola en la Torre y queremos más Macarena, todo el rato y sin parar.

Otra obra nacional de género que ha pasado por la Torre, si bien en otro medio, ha sido Carne y hueso, la novela ganadora del premio El Proceso, de Santiago Eximeno. La obra supone la sublimación de una metáfora grotesca sobre un mundo inquietantemente similar al nuestro, en un estilo lleno de ritmo y musicalidad, incluso lírico. Ha sido agradable encontrarse en un registro largo a este maestro del relato breve. Una lectura inolvidable.

Descubrí casi por casualidad una serie canadiense llamada Slasher en Netflix, de hace unos años, que va (¡sorpresa!) de un asesino en serie. Aunque va decayendo un poco, la primera temporada remonta con un quinto episodio espectacular y se va tornando cada vez más oscura, derivando hacia territorios cada vez más inquietantes. Nos ha recordado mucho a Twin Peaks en su retrato del pueblo norteamericano medio y su entorno, y no le habría venido mal un tiempo más reposado, que permitiera imbuirnos en esos exteriores tan bellos e inquietantes. Los personajes están bien definidos, y sus relaciones marcan el desarrollo de la trama. Supone, al fin y al cabo, un acertado encuentro entre el folletín y el slasher que sabe jugar bien sus cartas, aunque al final le falte algo de coherencia. En la Torre ha gustado mucho y seguiremos con la segunda temporada.

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Otra serie breve y autoconclusiva es Children of the Stones, del año 1976, que se puede ver completa en youtube añadiendo unos convenientes subtítulos en inglés para abrirse camino entre el farragoso acento de la Gran Bretaña rural. Es una joya de la televisión juvenil totalmente inapropiada para niños, una pesadilla folk-horror con ecos a Nigel Kneale que, pese a sus pocos medios, brilla con una realización de calidad (ese estupendo montaje paralelo en los clímax, por ejemplo). Está llena de ideas y le transporta a uno a un tiempo y un espacio de ensoñación.

En cambio, The Wire es una serie pegada a un presente duro y seco como el cemento de las calles de Baltimore de mitad de la década pasada, cuando en el mundo globalizado post 11-S estalló la Gran Recesión. Un mundo antipático, sucio y decadente. En la Torre nos hemos dado un atracón con las cinco temporadas completas. Mi favorita es la segunda, quizás por su relación con el cine negro más clásico, con ese oscuro antagonista (el “griego”) sobrevolando la trama. La tercera sigue funcionando bien, pese a la injerencia de la política en el argumento. Aunque la realización es casi perfecta, con un uso inteligente y compasivo de la elipsis, la abundancia en el infortunio, la degradación, la ambición desmedida, la cerrazón de los colectivos desfavorecidos como si de una maldición gótica se tratara y, lo que es preocupante en cuanto a la técnica narrativa, la falta de un personaje en el que anclar la empatía, conducen a la cuarta temporada hacia una oscuridad llena de podredumbre que se regodea en sí misma y su compromiso social, como una película cualquiera de Ken Loach, desembocando en la saturación, el hastío e incredulidad. Entendemos lo que se ha pretendido hacer (ese amplio y ambicioso mosaico de una sociedad y un tiempo determinado, que pareciera anclado en lo peor de los años 80 del pasado siglo), y que se ha conseguido en gran parte, pero a este espectador le ha llevado a la saturación total.

Cuesta un poco empezar con la lectura de La odisea (la obra clásica de Homero) en la edición de Alianza, porque la traducción es intencionadamente literal para mantenerla en su contexto, y no es fácil avanzar entre las repeticiones y la artificialidad de la sintaxis, aunque con un poco de esfuerzo se le va cogiendo el ritmo y, si se lee un canto al día (así es como llama a sus capítulos Homero, pues originalmente se trataba de un poema épico), se termina fácilmente en menos de un mes. Es interesante, desde el principio, la estructura de la obra, a base de esos capítulos de mediano tamaño que todavía seguimos utilizando, pero, sobre todo, el uso de Homero de dispositivos narrativos tan actuales como el cliffhanger (que incluso en alguna ocasión se permite desdeñar, cual Steven Moffat helénico) y la anticipación, que se vuelve casi insoportable en lo que concierne a la matanza de los pretendientes, pues el autor la demora hasta el extremo y más allá. Y le sale bien.

Esta vez, tsundoku para terminar:

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The Troop ya ha caído y narra la odisea de cinco chavales de 14 años que se ven sorprendidos por la irrupción, bastante desagradable, de un extraño en la isla en la que están pasando un fin de semana de acampada. Nick Cutter escribe muy bien, y extrae mineral precioso de sus personajes. Es una obra muy explícita, que fascina y repugna a partes iguales. No apta para estómagos sensibles; yo la he devorado.

Por lo demás, ensayística lovecraftiana, casas infestadas, diccionarios, rebajas en Taschen y caprichos varios. Seguimos acumulando.

Hasta la próxima. ¡Ah! Y no os olvidéis: La Torre os vigila.

Lemanómetro de mayo: pasado

En unos días cumpliré 45 años. La esperanza de vida en España (la mayor de Europa, según Google) es de 83,3 años. Eso quiere decir que hace tiempo que crucé mi ecuador, y yo sin darme cuenta. Estoy en tiempo de descuento. Podría decir que a partir de ahora todo es decadencia, pero estaría mintiendo, porque estoy inmerso en la que es una de las etapas más enriquecedoras de mi existencia.

Nací en 1976, en Valladolid. Es, como se dice en la capital, una ciudad de provincias. Lo cierto es que el calificativo tiene su sentido, porque al tiempo de salir de allí uno se da cuenta de que el tamaño de la comunidad prefigura gran parte de las aspiraciones y prejuicios de los miembros que la componen, entre ellas una percepción de clase determinada o un interés (en general no muy genuino: ustedes ya me entienden) por la vida del prójimo. Tampoco es que la capital sea un dicho de virtudes, pero ese es otro tema. Nunca me he sentido muy arraigado a ningún sitio en particular, y la acumulación me produce hartazgo.

Nuestra generación somos hijos de una abundancia que no siempre era fácil de alcanzar. En una ciudad de provincias, nuestros progenitores (hijos de la guerra) nos educaban en el ahorro y la contención cristiana que habían mamado en la posguerra. Es curioso como acontecimientos de hace 80 años se trasladan de generación en generación y siguen condicionando nuestra convivencia. Me refiero a la nauseabunda politización de la pandemia a la que se ha adherido dócilmente gran parte de la población, zombificada por unos medios de comunicación cuidadosamente diseñados por psicópatas para trastornar su entendimiento. La política lo pudre todo: es como una bacteria fecal.

Viene todo esto a cuento porque parece que en las últimas semanas han circulado por la Torre distintas obras en las que el pasado no parecía ser un factor estructural, sino más bien un líquido espeso que las empapara por completo. Obras que rezuman acontecimientos vividos o evocados en esta vida o en otras y cuya consunción supone la desaparición. O, quizás, puede que sencillamente me esté haciendo viejo y vea el pasado por todas partes.

No sé si puedo decir algo de Cumbres borrascosas que no se haya dicho ya. Yo me encontrado una obra que, pese a sus posibles defectos estructurales, abruma la sensibilidad del lector con una evocación continua de un pasado jamás explicitado, pero que pesa como una losa de implacable decadencia sobre las vidas de todos sus protagonistas. La venganza de Heathcliff se disfruta a través de sus parlamentos, de una crueldad suprema, hasta desembocar en un final de aromas inquietantes.

En Los profesionales, la película de Richard Brooks del 66 que se puede ver en Netflix, no es que el pasado emerja una y otra vez, es que los personajes son representaciones mismas de ese pasado, como cuadros o estatuas parlantes que recorren los paisajes desérticos de la frontera soltando unos diálogos asombrosos. Burt Lancaster se merienda la pantalla con unos increíbles 53 años, y Lee Marvin hace lo que puede ante semejante muestra de carisma. Jack Palance, como siempre, no necesita decir mucho para ser el puto amo de los malos. Un puto amo con el que, al final, empatizas. Ahí queda eso.

La isla de las almas perdidas (Erle C. Kenton, 1932) es, como su propio nombre indica, una isla desgajada en medio de un océano que uno no está seguro de si pertenece a un tiempo en concreto. Es un lugar de ensoñación desde su primera secuencia, que transmite más emoción y sentido de la maravilla que cualquier superproducción contemporánea. Te metes en ese barco y viajas hasta un sueño oscuro inmerso en la selva con un Charles Laughton como magnético maestro de una pesadilla informe que dirige desde una mansión que es otro personaje en sí mismo. Una isla para volver a ella una y otra vez.

La noche del demonio (Jacques Tourneur, 1957), en cambio, sí pertenece a un pasado concreto, pero es un lugar de transición, recorrido por personajes trajeados que transitan espacios liminales o fluidos como un avión, una estación, un hotel y otras heterotopías de la desviación, hasta que aparece la mansión de ese trasunto de Crowley, inmensa, a plena luz del día, rebosante de alegría infantil, y allí se desarrolla una escena inquietante llena de significantes, casi simbólica. Karswell es un personaje enigmático y atractivo (asertivo, que dirían ahora) y en la Torre queremos más seres como él en este mundo lijoso. No contento con esto, monsieur Tourneur te planta después una secuencia en el hotel que solo necesita de unos pasillos a media luz para generarte una angustia y desorientación que tardas días en olvidar.

Carnival of Souls (Herk Harvey) es fruto de otro pasado (1962), pero de un pasado en el que cuesta creer, de tan moderna que es. Uno encuentra pocas referencias a un momento concreto de la Historia, y el viaje que emprende Mary a principio de la película, hacia su nuevo trabajo, es más bien una transición hacia otro mundo, otro planeta, o quizá otro sueño. La música de órgano enfatiza la alucinación, y ella amasa las teclas con sus manos, como si la música fuera una masa dúctil para moldearla o sentirla entre sus dedos. La actuación de Candace Hilligoss es teatral, enajenada, ensimismada, onírica. La arquitectura es, de nuevo fundamental. El parque de atracciones es un laberinto, o una mansión gótica, y la residencia es algo parecido a una cárcel. Se hace un uso audaz de los silencios en las muy agobiantes escenas mudas. Es una película en la puedes perderte, que puede acabar hechizándote exactamente igual que a su protagonista.

Otra protagonista hechizada es Eleanor, en La maldición de Hill House (el libro de Shirley Jackson de 1959), traducción que no hace honor al argumento porque no hay maldiciones, pero sí un hechizo que no importa de dónde procede, pero que afecta a todos los protagonistas y en el que Eleanor se vuelca con toda la pasión de la que es capaz para acabar fusionándose con la casa en un híbrido aterrador. Jackson escribe como los ángeles y su principal referencia, me parece, es Otra vuelta de tuerca, tanto en el personaje femenino como en la multiplicidad de niveles de la historia. Llegué a coger una manía visceral contra Eleanor, hasta el punto de pensar que nunca he conocido a un personaje tan repugnantemente odioso como ella; es puro veneno con el que Jackson te hace empatizar a niveles aterradores. Sí, amigos, esto es terror auténtico, el que te llena de preguntas y te da pocas respuestas. Todo aquí es intencional porque todo está empapado por el hechizo de Hill House. En eso fue precisamente una obra pionera, en dar el protagonismo a la casa; y de ella han bebido todos los relatos de casas encantadas que han venido después. Podría decirse, incluso, que es la primera obra que, en puridad, trata de una casa encantada, porque todo lo anterior eran fantasmas. Aquí es la casa misma. Tal es la importancia de esta novela. Tanta, que hasta le pusieron el nombre a una cosa larguísima en Netflix que no tiene nada que ver con ella. En fin.

La lectura se puede complementar con la adaptación de Robert Wise del 63, ignorando el resto, sobre todo por vergüenza. Lo único que se le podría achacar a la peli es un frenesí desmedido en el arranque, aunque nosotros no lo vamos a hacer, dada su tremenda modernidad. La película es memorable por el duelo interpretativo de las dos mujeres protagonistas (Claire Bloom como Theo y Julie Harris como Eleanor), por la descomunal fotografía y puesta en escena en las que muestra a la casa como un escenario laberíntico e incomprensible que aplasta a los protagonistas en casi todos los planos, y por la soberbia realización de Wise que saca cientos de bitcoins de una escalera de caracol. Casi se les puede oír tintinear en su descenso por los peldaños. Sabio Wise.

También hay pasados que apenas se citan, que se intuyen, pero que condicionan todo el comportamiento de los personajes y que, por tanto, se puede decir que suponen la verdadera génesis. De Bradley, el protagonista de Brawl in Cell Block 99 (Craig Zaher, 2017), se nos dice que hizo algo de boxeo y que, en un momento dado, dejó de pelear. Enseguida vemos que es una mala bestia, capaz de destrozar un coche con sus propias manos, bajo esa cruz tatuada que se extiende por su cráneo. Conocemos a su jefe anterior, cuyos negocios están del otro lado de la ley. Un tipo en el que confía porque Bradley es un tío leal. Muy leal. La película es apabullante en su ritmo lento y sostenido hasta desembocar en una ola de violencia final que no redime nada. El posicionamiento de los personajes en el plano otorga significado a la trama y los caracteriza. Aquí toda la información es relevante y no sobra casi nada. Es una obra seca, contundente, con un actor en estado de gracia y cine con mayúsculas.

 El pasado también es un sitio al que volver, aunque nunca hayas estado allí. Un sábado por la mañana escuché en la radio este temazo de Frank Sinatra y su voz se quedó dando vueltas por mi cabeza, hasta que tuve que escuchar el disco entero y luego repasar toda su obra. Supongo que todo esto quiere decir que estoy madurando (o más bien envejeciendo). Pero me da igual. A mí me gustan mucho más los temas rápidos: el swing, que se decía entonces. La verdad es que no percibo una evolución muy pronunciada en un cantante que ya era un prodigio en su primer disco, pero prefiero el Sinatra un poco maduro, a partir de la década de los 60, que tiene ya una voz teñida por los años o el tabaco y empieza a hacer cosas asombrosas con un fraseo que, según me dicen, influiría en el de Miles Davis. En cualquier caso, a mí todos sus discos me alegran el día. Os dejo con este otro temazo de las Swing Sessions del 61 que es capaz de levantar a un muerto de su tumba. Ah, y con el tsundoku, claro. Eso tampoco puede faltar:

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El corazón condenado, de Clive Barker, lo recomendó John Tones en su curso de escritura y debo reconocer que es bastante mejor que Cabal. Su ambientación malsana está recorrida por la prosa sensual de Barker, que retuerce el tópico de la casa encantada en esta novela corta llena de sugerencias que con tan buenos resultados llevaría él mismo a la pantalla.

El resto lo componen una nueva oferta del Story Bundle (sobre horror cósmico, esta vez), el libro sobre escritura de Brian Keene, el último artefacto publicado por Eximeno (del que ya hablaremos), la primera colección de relatos de W. H. Pugmire publicada en español (y, ya que estaba, otra curiosidad de la misma editorial), un libro infantil que me fascinó de 1001 libros infantiles que leer antes de morir, el Krabat que tras ser glosado en Todo tranquilo en Dunwich me atrajo como una mosca a la miel, cosillas varias para la documentación de algunos proyectos y también algo de rol.

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El confinamiento ha hecho que vuelva a interesarme por el rol. La necesidad de aumentar nuestras existencias de juegos de mesa hizo que uno de los regalos de reyes fuera un juego de rol español pensado para niños, el Buscaduendes, que en la Torre está dando muy buen resultado. Una cosa llevó a la otra, y ahora estoy leyendo La llamada en su edición primigenia. En fin, que seguimos acumulando.

Si he dedicado esta entrada al pasado no solo ha sido porque haya palpitado en las distintas obras o noticias que han circulado por la Torre últimamente, sino también porque, en la forma de un proyecto profesional que ha estado gestándose durante más de dos años, por fin ha comenzado a cristalizar en mi presente. Ha sido un periplo con dudas y altibajos, pero también una de las etapas de mi vida en las que más cosas he aprendido. Ahora, cuando finalmente arranca el negocio, lo hacemos con precaución y las ideas claras. Y parece que no va mal, la cosa.

En fin, creo que me he extendido demasiado. Continuará. Mientras tanto, recordad: la Torre os vigila.

Lemanómetro de marzo: primavera

Hace ya más de un mes que no recopilo todo lo que ha ido pasando por mis manos. La verdad es que el mes de febrero se ha desvanecido como un suspiro y ya nos estamos adentrando en la primavera. Por lo menos, esa es la sensación que tengo al ver pasar el día desde las ventanas de la Torre: amanece antes, el sol gana altura y la luz adquiere una claridad y un brillo nuevos; apetece pasar más tiempo fuera de casa, pero obligaciones diversas nos lo impiden, además de una pandemia que se ha llevado por delante a 2,6 millones de personas. A todo esto se añade la próxima apertura de un nuevo bar en el barrio con una inmensa terraza cuyo desarrollo hemos podido seguir atentamente desde aquí arriba, cual jubilados detrás de una valla. Estamos deseando que abran para tener una excusa con la que bajar a la superficie.

En lo que a entradas literarias se refiere, aquí está nuestro tsundoku pendiente. Han entrado más cosillas, porque esto es un flujo que nunca para y seguimos acumulado, pero las dejo para una próxima entrada:

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The Boss in the Wall me decidí a comprarla porque se hablaba muy bien de ella en el reddit de literatura de terror. Veo, además, que estuvo nominada al Locus y al Nebula.

Harvest Home ya está leído. Es uno de los clásicos del folk horror y un libro escrito en los años setenta, en un estilo muy de la época que, por momentos, me recordaba a T.E.D. Klein. El protagonista narra en primera persona la llegada al idílico pueblo de Cornwall Coombe junto a su familia, huyendo de los agobios de la gran ciudad, y su descubrimiento progresivo del tapiz de creencias y relaciones que conforman el pasado, algo más siniestro, del lugar. El libro está escrito recreándose en los detalles que caracterizan pueblo, habitantes y costumbres, teniendo todos y cada uno de ellos una función en la trama. La primera mitad es una delicia y me dejé abandonar en esa aldea bucólica que se quedó anclada en el pasado, gracias el ritmo pausado y el estilo invisible del autor que, como si de un paseo fluvial se tratara, avanza lenta e inexorablemente hacia la torrencial desembocadura final, en la que la prosa de Tryon se regodea en todos los detalles de un clímax ritual para cerrar limpiamente la novela con una coda desoladora que incluye una pincelada sardónica.

Algunos otros libros de este tsundoku ya están siendo hojeados en pequeñas dosis, así que probablemente aparecerán por aquí en un futuro no muy lejano.

Entre las películas que han pasado por la Torre, ha habido agradables sorpresas y alguna que otra decepción. No os aburriré con las segundas:

El regreso de los muertos vivientes es la continuación que en 1985 Dan O’Bannon hizo del clásico de Romero, aportando un aire muy fresco que, en mi opinión, le vino muy bien para diferenciarse de la otra rama que seguiría Romero y mantenerse vigente durante décadas. Es una película cachondísima con un guión lleno de frases memorables (homenajes a la original incluidos) y unos efectos especiales sorprendentemente buenos. Un clásico.

Goodnight Mommy es una película austríaca ejecutada con mimbres de arte y ensayo sobre dos hermanos gemelos y una madre equívoca aislados en una casa en medio de la naturaleza. Podríamos simplificar y resumirla en un El otro versión moderna, porque tampoco cuenta nada nuevo y el giro se ve venir. Pero contiene ideas muy interesantes que no acaban de estar exploradas del todo, como la evocación de arquetipos (madre, doble, doppelgänger) acrecentados por esa ambientación en un hogar de líneas modernas que recuerda por momentos al cine de Lynch, o la influencia del pasado, que se queda solamente en una base para especular. Tampoco explora con decisión la naturaleza equívoca de la madre que, por breves instantes, me recordó a la del relato Madre de Philip Fracassi (de su antología Contemplad el vacío). Son decisiones narrativas que se alejan del género para mantenerse a toda costa en el arte y ensayo, en una recreación demasiado fría del cine de Haneke. La música de Olga Neuwirth aporta un acertado nivel de ensoñación a la historia.

Cuento de Navidad, de Paco Plaza es una historia que evoluciona por retorcidos meandros, con un comienzo maravillosamente cutre que se justifica totalmente al final, y que está muy bien escrita. Además, sale Loquillo interpretando a un héroe de acción cutre: ¿se puede pedir más? Sí: se queda uno con ganas de haber pasado más tiempo las atracciones de ese parque abandonado, porque los parques de atracciones son lugares fascinantes que creo que se han utilizado muy poco.

Navidades negras (Black Christmas), de Bob Clark es una precursora del slasher que se me había pasado desapercibida (tampoco es que yo sea un gran fan de ese subgénero). No obstante, es una magnífica película cuya historia parte de una leyenda urbana. Tiene pulso y una fotografía imponente. Creo que es una película fundamental para los amantes del género y poco reivindicada.

Testigo silencioso (The Silent Partner) es un thriller canadiense de finales de los 70 sobre el juego del gato y el ratón que un avispado empleado de banca emprende con un atracador. El recientemente fallecido Christopher Plummer hace una interpretación entregada de un tipo asqueroso, pero asiste atónico al despliegue de contención y empatía de Elliot Gould, interpretando a un tipo anodino que cuando empieza a saltarse las normas empieza a convertirse en un imán para bellas mujeres. En la Torre ha gustado mucho; ya no se hacen pelis así.

Estos son los condenados es una obra de Joseph Losey para la Hammer, hecha a rebufo del éxito de El pueblo de los malditos, que trasciende las limitaciones del blanco y negro para contarnos una historia desoladora y melancólica, con personajes que buscan infructuosamente la redención a través de diálogos inteligentes, muy autoconscientes. Dicen que es precursora de La naranja mecánica en su plasmación de la violencia juvenil, pero ese es un aspecto que para mí queda de lado junto a todo lo demás que ofrece la película. Una obra maestra de la ciencia ficción terrorífica que volveré a ver con toda probabilidad.

Por último, mencionar el atracón que me di a El tercer día, la serie de Richard Kelly (el creador de Utopía para Channel Four) con un esforzado Jude Law en medio de una historia de folk horror, incluyendo las doce horas en plano secuencia emitidas en directo por Sky Arts, que se pueden ver en esta página y en esta otra página de Facebook.

Quien se atreva a acercarse a esas doce horas comprobará que no es una narración al uso, sino una inmersión bastante atmosférica en una serie de preparativos y rituales, sin apenas diálogos y poniendo a prueba su paciencia, que solo se verá recompensada si uno se enfrenta a ella de manera contemplativa. De conseguirlo, tendrá el privilegio de asistir a una serie de cuadros de una belleza extática, pintados con una gama metálica y ocre, en los que el espectador se cuestiona constantemente cuánto hay de realidad y cuánto de teatralidad en el comportamiento de los personajes, que se entregan a una representación bastante realista del calvario y muerte de su dios, llena de influencias de la tradición cristiana (a mí varios momentos me recordaron las procesiones de Semana Santa de nuestro país). También se percibe sin mucho esfuerzo el trabajo profundo en el folklore inventado de la isla, que toma dioses y elementos muy realistas de tradiciones celtas, pero que nunca se acaba de explicar del todo, dejándole a uno con ganas de saber más. Nuestro esforzado Jude Law atraviesa en este calvario simulado distintas pruebas relacionadas con los cuatro elementos (por otro lado, muy presentes en toda la obra), ya sea una última cena sumergido en el mar hasta las caderas, el extenuante cavado de su propia tumba, la metafórica crucifixión sobre un mástil a merced del viento o la redención final a través del fuego, en un final algo equívoco que no acaba de conectar con el resto de la serie, ni en espíritu ni en argumento.

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Por el camino, no obstante, habremos asistido a momentos llenos de sugerencia, con una narrativa elusiva que permite poblar la imagen de nuestras reflexiones o simplemente contemplar su belleza, como el arranque ominoso por la calzada serpenteante que conduce a la isla, la procesión recorriendo el campo abierto bajo un cielo cuajado de nubes de cualidad pictórica, o el enloquecido baile final, con los aldeanos agitándose en un trance que remite irremediablemente al zombi o al infectado moderno.

En definitiva, Autumn es una experiencia inmersiva para saborear con otros ojos, dejándose llevar, y que, en su retrato de una isla que se aísla para celebrar sus tradiciones, está bastante más cerca de la actualidad de lo que pudiera uno pensar. Para quien quiera saber más, dejo aquí una entrevista a los creadores, y aquí un artículo sobre la emisión en vivo.

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En cuanto a la escritura, mi ritmo lento pero constante me ha permitido llegar a alrededor del 75% de una historia más larga de lo habitual sobre el confinamiento del año pasado, filtrada bajo el prisma del terror extraño y el enrarecimiento de la cotidianeidad. Necesitará revisiones varias, pero en general estoy contento con ella. La voy a tener que dejar en pausa durante unas semanas para atender las prácticas de un curso de escritura de género en el que me he metido, y una convocatoria para la que ya tengo algunas ideas que me apetece mucho escribir.

Sin más por el momento, se despide el morador de la Torre.

Y no lo olvidéis: os seguimos vigilando.

Lemanómetro de diciembre: viernes negro, podcasts y tierras del sueño

Queridos amigos, un mes más paso por aquí para entregar la ración de novedades que han pasado por la Torre últimamente.

Empezaré, sin más dilación, por la sección #tsundoku que, como siempre, va primero. Este mes ha estado compuesta, básicamente, por la oferta digital para el Black Friday de Undertow Publications, una editorial canadiense que me encanta, tanto por su estética como por su línea editorial.

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Con Country of the Worm, de Gary Myers, continúo explorando las Tierras del Sueño, una vez que he dado ya cuenta (otra vez) de la obra de Lovecraft. He de decir que La búsqueda en sueños de la ignota Kadath, una novela corta que me costó mucho encontrar en su día, ha caído varios enteros con la relectura: la encuentro llena de una peripecia que en ocasiones raya lo ridículo y parece que termina reduciendo las posibilidades de un escenario tan espectacular a unos pocos personajes y situaciones repetitivas. Puedes notar como al bueno de Howard se le van acabando las ideas a medida que avanzas por ella, y te quedas con una impresión como de que las Tierras del Sueño al final son cuatro amiguetes en una comarca. No obstante, hay que reconocer la enorme influencia que esta serie de Lovecraft ha tenido en los géneros de fantasía y de espada y brujería; al menos a mí se me ha hecho muy evidente al leerla. Bastante más me interesaron los relatos anteriores del autor, los más dunsanianos. Especialmente, el binomio de la Llave de plata. A través de las puertas me parece un esfuerzo muy meritorio por expresar lo inexpresable, aquello que se encuentra más allá del velo de la realidad: una auténtica proeza de relato.

Salem’s Lot, con todos sus defectos, lo he disfrutado muchísimo. Todo el nudo es magnífico, desde el arranque de la acción en la casa del profesor, cuando el libro sube y sube cual cohete elonmuskiano, hasta la penúltima noche en la que el pueblo se prepara para invernar. Es una lástima que el final se me quede un poco corto y algunas decisiones estructurales parezcan precipitadas. Aun así, es un pedazo de libro. Toca revisar la miniserie de Tobe Hooper, que es ya un clásico. Creo que será ya la cuarta vez que la vea. Está muy infravalorada, en mi opinión.

En territorio podcastero han caído (cómo no) lo último de Todo tranquilo en Dunwich, con un programa verdaderamente extraño dedicado a sectas ufológicas y fenómenos rarunos. Como siempre, su entusiasmo es contagioso y todas y cada una de sus reseñas le dan a uno mucho que pensar. Me estoy poniendo al día con Marea Nocturna, y este mes han caído sus dos entregas más recientes: la del cine de brujas creo que es uno de sus mejores episodios, totalmente imprescindible; en la de muñecos perversos (un tema que me apasiona) escucho cosas muy buenas sobre Dead Silence (que está en Netflix), así que intentaré verla. No está exenta de cierto riesgo, porque la primera peli que he visto del tal James Wan ha supuesto una terrible decepción: Insidious me decían daba mucho miedo, pero me resultó bastante banal y su antagonista, irrisorio (los señores en mallas con la cara pintada dejaron de asustarme hace tiempo). Además, ese combinado de viaje astral y posesiones que ofrecen como solución al misterio me resultó un batiburrillo indigesto que se descontrola en un final discotequero. Sin embargo, debo rescatar la secuencia del niño danzarín (que al principio confundí precisamente con un muñeco): ahí sí está muy bien conseguida la irrupción de lo extraño en un entorno seguro, doméstico, y a plena luz del día. Eso es, sin duda, lo mejor de la película.

Por la Torre han pasado un par de películas más de género: La Maldición de Rookford es un apreciable intento por hacer una historia clásica de fantasmas con una fotografía impresionante y un loable intento de tratar el trauma que trajeron los soldados supervivientes a la Primera Guerra Mundial, pero tiene el problema de que no se acaba de decantar por el terror, sino por el drama personal. Berberian Sound Studio es una frikada con montaje soberbio, alma críptica y una pretensión constante de trascender las dos dimensiones de la pantalla, cosa que sin duda consigue. La vi en Filmin, plataforma a la que he vuelto a suscribirme con la oferta del Black Friday, porque desde que me di de baja no hubo un solo día en que no dejara de arrepentirme de ello.

Respecto a series, hemos terminado con la primera temporada de The Wire: su último episodio es magnífico. Logia 49 crece y crece con cada episodio y actualmente me parece una puta maravilla. Me encanta y cuando apago la televisión no solo tengo una sonrisa de oreja a oreja, sino que me siento realmente feliz.

En lo que respecta a la escritura, por fin llegué a la cuarta y última revisión de un relato cuyo alumbramiento ha sido demasiado largo y penoso. Necesita opiniones externas. Mientras tanto, andamos terminando la documentación de una nueva idea, una cosa muy loca que no sé si va a funcionar, pero que me apetece mucho escribir. Hay por ahí alguna convocatoria interesante, pero no creo que pueda dedicarle todo el tiempo que se merece: he estado posponiendo desde hace meses otro proyecto, más largo, que no puedo eludir por más tiempo. Creo que el invierno le vendrá bien a esa historia.

Se acercan los meses más fríos del año. Este año hemos disfrutado de un otoño muy bueno, y bastante auténtico, en Madrid. La temperatura ha sido bastante agradable, hemos tenido unas cuantas nieblas, viento, y algo de lluvia. Desde la ventana de mi cámara en la Torre puedo ver, de vez en cuanto, bandadas de ánades en formación de punta de flecha, en plena migración, volando hacia occidente. Ayer capté un grupo de gaviotas. Me cuentan que viven de los basureros. A veces las veo en el lago artificial de parque.

Os deseo un feliz invierno, y felices saturnales también.

Recordad que seguimos vigilándoos desde la Torre.

Lemanómetro de noviembre: Halloween y la luna llena

Este año estamos disfrutando de un otoño verdadero, que se desliza lentamente hacia el invierno, aquí en Madrid. Las tardes se van enfriando paulatinamente, mientras las sombras se alargan y la sucesión de días soleados se ve interrumpida por ráfagas de días grises y húmedos. Ayer mismo bajó la niebla a primera hora de la mañana, y salir a correr por las calles vacías y blancas envuelto en esa fina humedad proporciona una belleza extática y fascinante. ¿Dónde están ahora todas las hordas de deportistas que invadían las calles a primera hora del día durante el confinamiento?, me pregunto. A veces da miedo pensar que tantas personas se pongan de acuerdo en hacer lo mismo a la vez. Cuando contemplaba por la ventana la salida de las ocho de la tarde, no podía evitar recordar aquellos planos de La invasión de los ultracuerpos.

Bueno, vamos al lío:

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Apes of Wrath es una antología de relatos sobre nuestros primos, monos, orangutanes, chimpancés y demás. Era el gratis de Tachyon del mes. El de este mes es Cutting Room. The Lonely y Dark Entries los pillé en una oferta de Amazon. Tuve un arrebato de leer a M.R. James, pero no recomiendo esa edición, ya que se trata solo de las cuatro o cinco historias que se añadieron a la edición de 1931, y no la colección completa (me ha fallado Delphi, esta vez). Weird Horror es la revista trendy del momento y la publica Undertow, la misma editorial que está detrás de Lost District, de Joel Lane; libro, autor y colección por los que tenía bastante curiosidad. Trick or Treat es una historia bastante bien documentada de Halloween que se lee muy bien. Los libros roleros de La llamada de Cthulhu forman parte de la documentación de un nuevo proyecto en el que estamos ahora inmersos. Y el libro trendy de este otoño es Infierno, de Érica Couto-Ferreira. Porque necesitas esa guía para cuando tengas que ir allí.

A Night in the Lonesome October me ha gustado bastante. La verdad es que lee como las pipas, casi sin darse cuenta. De hecho, cuesta limitarse al capítulo diario, pero yo soy un caballero estricto y disciplinado, y me he mantenido en los límites que marca la tradición. Tengo que reconocer que el final me dejó un regusto agridulce: acaba bien. En mi pútrido corazoncito latía la secreta esperanza de que ganaran los Antiguos. Si os dais cuenta, este año también ha habido luna llena en Halloween. Supongo que habrá sido un año de cierre, pero uno nunca sabe, pues los dioses exteriores asumen diferentes formas y se mimetizan entre nosotros bajo disfraces diversos: banqueros, CEOs, Elon Musk, el expresidente de Estados Unidos o la señorita que te llama de Vodafone para venderte una línea de teléfono.

Por la Torre han pasado algunas películas de género este mes: Under the Shadow, la peli de Babak Anvari anterior a Wounds, que reconozco que me ha decepcionado: la realidad política pesa como una losa sobre la metáfora de terror que intenta construir y que no acaba de concretarse con la solidez que yo hubiera preferido. Técnicamente es perfecta, eso sí. Slither (2006) me pareció bastante entretenida y además mantiene un imposible equilibrio entre la parodia y el terror con bastantes elementos atractivos y un retrato demoledor del pueblo estadounidense. Ya no se ruedan las localizaciones como se hacía en la época de La Montaña Embrujada (1975): los paisajes, las casas, incluso las calles de una ciudad parecen tener un significado, ser un personaje más. Las escenas del «castillo» del malvado que interpreta Ray Milland tienen un toque siniestro y Donal Pleasence me parece que crea un papelón de la nada: hace que el personaje se me quede corto. Rec4 me decepcionó bastante y me pareció una lástima que después de esa maravilla de frescura que era la tercera nos ofrecieran un episodio lleno de tópicos con un prota que no dejaba de recordarme a Pedro Sánchez. El bar, de Alex de la Iglesia es una gozada: la disfruté muchísimo, pese a algunas contradicciones de la historia y ese final atropellado. Constituye una escalada de paranoia y desconfianza de lecturas inquietantes. Actores y actrices, espectaculares todos y todas. Para terminar, Nightcrawler, peliculón con una interpretación apabullante y aterradora de Jake Gyllenhaal que es una metáfora bastante clara del neoliberalismo rampante post-2008. Esta sí que da miedo, miedo del de verdad.

Estoy revisando todas las historias de las Tierras del Sueño de Lovecraft, y probablemente lo amplíe a algún autor más, como Lumley o Myers. Me interesa especialmente el ángulo de este último, del que no he leído nada. Lo más interesante de Lovecraft para mí es la intersección entre el terror subterráneo y la maravilla dunsanyana. Hay veces que lo clava. La lectura seguida de todas ellas deja una sensación extraña, como episodios de un sueño confuso. He creado una lista en goodreads. Si creéis que falta algún título, decídmelo.

En el Club de Lectura ahora estamos leyendo Salem’s Lot. El libro engancha, aunque no está exento de cierta decepción. Era mi favorito de Stephen King, y a día de hoy lo noto algo anticuado, tanto en el fondo (ese tremebundo y exagerado retrato de los perdedores del pueblo que nos regala en la primera parte se me antoja bastante trasnochado), como en un estilo que King aún no acababa, creo, de dominar del todo. Aun así, aquí hay muchos aciertos. Por ejemplo, creo que el libro crece en los momentos intimistas, los diálogos entre los distintos personajes, todas las voces que es capaz de abarcar el autor que, aunque llenas de tópicos, los dotan de un realismo casi palpable. Es como si estuvieras allí, entre ellos, y esas personas son reales, llenas de defectos y manías que entiendes (y compartes) perfectamente.

Creo que esto es todo por ahora. Aunque llevo la fiesta en mi pútrido corazón durante todo el año, en la Torre celebramos Halloween a la manera hogareña: una calabaza, alguna pequeña decoración, fish & chips… Aquí os dejo nuestra jack’o’lantern:

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Cuidaros. Nosotros seguimos vigilándoos desde la Torre.

Lemanómetro de septiembre: reptiles y orgías

Un mes más cumplo con mi cita para presentar las novedades que han pasado por la Torre. Llego bastante tarde, pero con la mochila cargada. Mira, si no, abajo.

Pero antes, una aclaración.

Noto signos de agotamiento en la, digamos, «estrecha» área temática que prevalece en el blog en estos últimos meses. Así que, después de darle algunas vueltas al tema, me he decidido por darle un pequeño giro: añadir algunos matices y aligerar otros. Retocar un poco la idea.

Mantendré el tsundoku, porque creo que es una tradición y un centro de gravedad que además marca una diferencia. Pero lo aligeraré de peso, porque creo que tampoco es plan de dorarme la píldora durante párrafos y párrafos con compras de libros que a poca gente le importan. Por ello, seré breve, intentando sintetizar en unas pocas líneas lo que me parezca más importante de la caza de cada mes, y añadiré recomendaciones, reseñas, reflexiones, novedades, frustraciones y cualquier otra cosa digna de mención que haya pasado por la Torre durante el periodo. Creo que esta concepción, más cercana a aun «estado de situación» enriquecerá más el blog.

Sin más dilación, vamos con ello. Para no perder las tradiciones, empezaremos por la caza.

Durante el mes pasado hice cuatro batidas y no tuve compasión ninguna. Fue uno de los más grandes meses, digno de recordarse en los anales del tsundoku: una de las mayores odas de amor a la literatura oscura, un frenesí de horror y tinta, una orgía cinegética que ya quisieran los predators:

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Destacaré, brevemente, el horror bundle de quince libros de la editorial Word Horde en Story Bundle. Todo canela fina. Cayó también otro bundle lovecraftiano de Lovecraft eZine porque estaba a un precio ridículo. Una última compra electrónica de seis libros sobre escritura, obras referenciadas a su vez en otro libro sobre escritura (Booklife, de Jeff Vandermeer). Y, finalmente, una compra en una librería, con cositas ricas a las que ya tenía echadas el ojo. Seguimos acumulando.

No sé por qué, pero al terminar el verano sentí un impulso irrefrenable de ver películas de reptiles asesinos. A veces surgen estos oscuros deseos con los que uno tiene que convivir, hacer las paces, y reconocer como consustanciales a una mente desequilibrada por culpa de las visitas al videoclub durante la infancia.

Como no encontré nada de cocodrilos, que era lo que realmente necesitaba, me tuve que conformar con Anaconda, en su lugar. Recordaba esta película como una auténtica bazofia. Vuelta a ver, tampoco es que sea muy buena, pero tiene una vena de aventura clásica que resulta enternecedora, y unas cuantas cosas buenas, dignas de mención: sale Machete, Owen Wilson sufre una muerte horrible relativamente pronto, el personaje gracioso no es un pelma detestable, los efectos digitales son cutres pero simpáticos, Owen Wilson sufre una muerte horrible relativamente pronto, Jennifer López está bellísssima y Jon Voight se come la pantalla con una actuación rayando en el absurdo y un acento imposible. Es, desde ya, uno de mis malos favoritos de todos los tiempos, con esa entrada en pantalla tropezando sobre el barco, esa salida regurgitado por una serpiente gigante, guiño de ojo incluido, y ese pecho (¡Dios, ese pecho!) amplio como hectáreas de cebada bajo el sol del mediodía. ¿He mencionado que Owen Wilson sufre una muerte horrible relativamente pronto?

Lo del guiño de ojo me resultó tan surrealista cuando vi la película por primera vez que llegué a creer que me lo había imaginado. Pero no: está ahí. Y ¿por qué? ¿Por qué está ahí? No dejo de preguntármelo. ¿Qué quiere decir? ¿Se supone que es un reflejo involuntario? ¿Acaso es un recuerdo de ese mismo gesto, que le hemos visto hacer antes en la película? Yo me inclino a pensar que Jon Voight simplemente no pudo evitarlo, inmerso como estaba en aquel desenfreno interpretativo. Probablemente no pudieran repetir la secuencia. O la repitieran y se le ocurrirían cosas peores, quién sabe. Puedo imaginarme el cachondeo del equipo durante la grabación.

En conclusión, una agradable sorpresa, Anaconda. La segunda parte, que lleva el ingenioso título de Anacondas, ya no me apetece tanto. Creo que no seguiré con la saga. La serpiente es un plato indigesto, por mucho que digan que sabe a pollo.

Siguiendo en la tónica de cine de animales tochos asesinos, caí en la tentación y vi en enfrentamiento entre Jason Statham vs Tiburón gigante: The Meg. Es una película perversa, traída desde las cavidades más inmundas del averno: actúa como una droga, que sabes que es muy mala para ti, pero no puedes dejarla. Me encanta que, desde el momento de la presentación de personajes, sabes cuáles de ellos van a morir y cómo van a morir exactamente, así que cuando finalmente ocurre es tan tópico que resulta cómico. Y luego está el torso de Jason Statham, con pelazo y todo, como Dios manda. No son hectáreas de cebada bajo el sol de mediodía, pero uno se puede dar un paseo por allí y volver a casa ya para la merienda. Para mi gusto, en la película faltó sangre, pero, claro, es que el bicho es muy grande y se come a la gente de un bocado, sin dejar ni una migaja.

También vi Tenet, el nuevo juguete de Nolan. Siendo un film espectacular, muy en su línea, me dio la impresión de que en esta ocasión se le veían demasiado las costuras, de que todo ese rollo de la entropía invertida no era más que una excusa para producir imágenes chulas. La batalla final me resultó decepcionante, y no podía evitar el tener la sensación de que los soldaditos que corrían hacia atrás iban demasiado despacio: como si estuvieran calentando, pero al revés. El resto de la película me recordaba constantemente al cine de Michael Mann. Y luego está Kenneth Branagh, que se come la pantalla: no es de este mundo, ese señor.

Gracias a la extensión online del Festival de Sitges ha pasado recientemente por la Torre la película The Dark and the Wicked, que arranca muy bien y mantiene una factura visual inusualmente inquietante, pero que, cuando la historia deriva hacia las posesiones demoníacas, me deja de funcionar y se convierte en una sucesión de sobresaltos orquestados por un diablo más preocupado por asustar al espectador que por su verdadero objetivo, que no es otro que apropiarse del alma de un moribundo. No quiero ser injusto (lo que hace, lo hace tremendamente bien), pero es que a mí las posesiones ni fu ni fa.

Este año estoy leyendo, por fin, A Night in the Lonesome October, de Roger Zelazny, que es un libro que estaba deseando leer desde que me enteré de su existencia. Lo estoy haciendo de la manera canónica, a un capítulo por día, hasta terminar en la noche de Halloween, porque así es como el libro está estructurado. Es una preciosidad de libro. Me encanta la voz del perro protagonista (sí, el protagonista es un perro. Concretamente, el perro de Jack el Destripador), entre ingenua, perversa y compasiva, algo muy próximo a una cierta mirada infantil. Al ver el argumento uno se espera un refrito amarillista, pero resulta que es un libro interesantísimo y muy inspirador.

He empezado la relectura de Salem’s Lot, uno de los primeros libros que leí de Stephen King, hace cientos de años. El comienzo es interesante: cómo juega con la información. Sabes que está manejándote a su antojo, es evidente cómo se guarda cientos de ases en la manga, pero a ni a ti ni al casino le importa gracias a esa máquina apisonadora que es la voz de narrador que tiene King.

Series: comenzando The Wire. No, aún no la había visto. Vamos lentos, pero seguros. Es impresionante la profesionalidad de la industria norteamericana: apenas avanzados un par de capítulos, ya tenemos una galería de personajes bien formados con los que todos nos podemos reconocer y que además despiertan nuestro interés. Sigo recorriendo Lodge 49: me encanta esa serie. El cuarto episodio, Sunday, creo que alcanza altas cotas de escritura. Empecé El tercer día, en HBO, que me gustó mucho, pero me voy a que esperar a que liberen todos los episodios porque paso de que sea la cadena la que me marque el ritmo. Y tengo pendiente Lovecraft Country. Ya caerá. Por lo que he visto por ahí, creo que ha sido un poco bluff.

Ah, me olvidaba: Errementari. Si solo quedáis con una cosa de esta entrada, por favor que sea esta película: es una joya. No os dejéis vencer por el equívoco marketing, que hace pensar en una película de posesiones cutre, y poneros a verla cuanto antes. Está en Netflix. Es un cuento lleno de poesía y sentido del humor basado en una leyenda tradicional vasca, facturado con un gusto exquisito. Una rareza en nuestro cine. Lo dicho, una joya.

Se acerca el festival Sui Géneris Madrid (todo online este año), y no puedo dejarlo pasar sin recomendarlo, incluido el congreso que aguarda agazapado entre sus góticas entrañas. Este año se reparte entre las tardes de un par de semanas y por eso no creo que pueda asistir, pero las actividades gratuitas del festival de este año son La Bomba y seguro que alguna cae.

En otro orden de cosas, en verano se me ocurrió una idea de reseñar relatos breves de terror por aquí, en forma de serie, resaltando sus valores y lo que se puede aprender de ellas, pero no sé si voy a tener tiempo. El proyecto pide a gritos una cierta regularidad. Ya veremos.

Finalmente, debo confesar que he vuelto a la bossa nova. Bueno, en realidad a Antonio Carlos Jobim, que es Dios, Amo y Señor. La necesitaba. Necesitaba esa nostalgia, y los recuerdos que trae, de una época que ya no existe, teñidos de amargura pero también felicidad.

Y eso es todo por ahora. Seguiremos vigilando desde la Torre.

Tsundoku julio 2020

Este mes la caza ha llegado de geografías diversas: desde Santander a Virginia (EE. UU.), pasando por Alicante o Madrid. Olvidados autores irlandeses, revistas de xenopolítica, ciencia ficción experimental, obra nueva española, terror surf e historia de la magia: un combinado heterogéneo y fresquito para el verano.

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Denis Bracknel es el nombre del chaval de quince años al que debe tutelar el protagonista de la novela, recién llegado a la mansión familiar. El muchacho tiene pequeñas manías, como realizar rituales a la luz de la luna y cosas así. Irresistible, vamos. Valancourt Books está reeditando la obra de Forrest Reid, un autor fallecido en 1947 que tuvo cierto éxito de crítica, pero prácticamente olvidado hoy en día.

 
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La revista Xenomórfica, Unidad Alienígena de Pensamiento y Vanguardia. Obviamente, tenía que pillarla.

 
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Comprando en preventa Agujeros de sol, la última novela de Nieves Mories, Dilatando Mentes te regalaba un relato de la autora y una breve antología, a modo de zine, llamada Ex Horror. El libro ha sido la última lectura del club de lectura de terror de Dentro del Monolito y encontraréis mi opinión al respecto en la reseña grupal que se publicará allí. Puedo adelantar que está envidiablemente bien escrito y que consigue transmitir la ansiedad que sufren los personajes inmersos en uno de los peores infiernos que existen en esta vida: la familia.

 
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Fantasmagoría es una historia de la magia. Ya la tenía echada el ojo hace tiempo y me decidí darme el capricho antes de las vacaciones. Es una gozada, La Felguera nunca decepciona. Venía con un pequeño detalle que puede apreciarse en la fotografía y que sin duda contribuirá a facilitar mi tránsito por el Segundo Confinamiento, en el probable caso de que este se produzca.

 
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En julio pasé unos días de vacaciones en Santander, alojado en un céntrico apartamento a unos metros de la librería Estvdio. Hizo un tiempo estupendo, 23 grados día y noche. Pudimos disfrutar de alguna jornada de playa y excursiones por el interior. El último día pude sacar unos minutos para entrar a echar un ojo por las estanterías de la tienda. El catálogo es estupendo y tienen cientos de libros de temática local. Suelta tu sucio tentáculo de mi tabla me hizo mucha gracia: la combinación de terror y surf está poco explorada y las dos cosas molan por separado, así que nada puede salir mal. El otro ejemplar que me llevé de allí, Artefacto, es un librillo de apenas 80 páginas que también tenía en el radar desde hace tiempo. El autor, Germán Sierra, lo escribió en inglés y ahora ha salido traducido al español por Javier Calvo, que fue lo que me acabó de convencer para llevármelo (su traducción de País de sombras, de Peter Matthiessen, que leí el año pasado, me dejó anonadado). Artefacto es una historia de ciencia ficción con un estilo bastante experimental que va asombrando a cada frase.

Y eso fue todo este mes. Escribo esto desde una vetusta casa asturiana a la entrada de un valle, poco después del amanecer. Fuera, la niebla flota sobre la tierra irradiando un brillo difuso, de tonalidades metálicas. El día nos depara nuevas experiencias, nuevas ideas, nuevos deseos y realidades contrastantes. Mientras tanto, nosotros seguimos acumulando.

Tsundoku junio 2020

Solo he cazado dos ejemplares físicos este mes, un par de referencias bibliográficas para el trabajo. El resto son trofeos digitales con motivaciones diversas.

 
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De Eltonsbrody dicen en Valancourt Books que «terribles secretos acechan tras las puertas cerradas de las habitaciones en desuso de la mansión Eltonsbrody. La tensión irá aumentando hasta desembocar en un final impactante y memorable que nos revelará el completo terror que habita entre sus muros». Además, el autor es caribeño y el libro estaba de oferta. Así es imposible resistirse.

Durante el mes de abril atrapé una oferta de dos meses gratis de Kindle Unlimited, el servicio de suscripción a e-books de Amazon. La oferta no es para tirar cohetes, pero no está mal. Tenían la obra de John Langan, un autor que me interesa mucho, y empecé a leer The Wide, Carnivorous Sky and Other Monstrous Geographies, que es un libro que tenía en el radar desde hacía tiempo. Como mis lecturas son erráticas por naturaleza y el confinamiento no ha hecho sino aumentar mi desorientación, se me han pasado los dos meses y el libro aún estaba por la mitad, así que he terminado comprándolo para terminármelo tranquilamente. Es magnífico, por cierto. El relato que le da título es una maravilla y The Shallows, cuya trama ocurre después del alzamiento de Nuestro Magnífico y Terrible Dios Cthulhu, es uno de los mejores relatos modernos de los Mitos.

Night Shift, traducida aquí como En el umbral de la noche, fue la primera antología de relatos de Stephen King, publicada allá por 1978. Gran parte de los relatos han tenido su correspondiente adaptación cinematográfica; particularmente recuerdo un par de ellos en aquella película que echaban una y otra vez en el Telecinco de la era Berlusconi, Los ojos del gato. La mayor parte de los relatos fueron publicados por primera vez en revistas para adultos, que es algo que, siendo una salida habitual para los autores de la época, siempre me llama poderosamente la atención y me evoca aquellos momentos de cambio social y ausencia de Internet. Necesitaba consultar este libro para algo que estoy escribiendo y la edición digital estaba barata.

Dandelion Wine es el libro favorito de uno de mis autores favoritos. Ray Bradbury marcó una época muy concreta de mi vida y me enamoré de su escritura desde lo primero que leí de él (Crónicas marcianas). Uno de mis relatos de terror preferidos (El siguiente de la fila) está incluido en su antología El país de octubre, que es mi «segundo libro favorito» de Bradbury. El vino del estío, que es como se llamó aquí (¡y qué buen título, por cierto!), lo leí por vez primera en una de esas inolvidables ediciones de Minotauro en tapa dura, sacada de la biblioteca pública, y recuerdo exactamente el momento y el lugar de su lectura, y las sensaciones que me despertó. Llevaba ya un tiempo queriendo releerlo, y esta voluntad se ha transformado en necesidad después del confinamiento. Así que por fin vuelvo a mecerme sentado en el porche junto a Douglas Spaulding y todos los días del verano por delante, listos para ser devorados. Te echaba de menos, Ray.

Eso es todo por ahora. Seguimos acumulando.

Tsundoku mayo 2020

El mes de mayo trajo piezas de indudable calidad a la Torre. Una gran recolecta, sin duda:

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Lo primero que llegó fue una compra que hice justo antes de quedarnos encerrados todos en casa. Una de las dos lecciones que yo he sacado de este confinamiento es que, si puedes, es mejor pasar de los intermediarios. La otra es dejarse de amazonas y apoyar el comercio local. El caso es que la buena gente de Cerbero me lo hizo llegar cuando las aguas empezaron a volver a su cauce. Todo esto me apetece mucho leerlo; lo tenía echado el ojo desde hace tiempo. La encuadernación de Cuéntame un cuento japonés… me tiene totalmente enamorado.

En el Club de Lectura de Terror de Dentro del Monolito hemos empezado a leer el Noctuario de Ligotti, y yo no sé qué estáis haciendo que no os apuntáis ya a tan distinguida sociedad de adictos a escalofríos deliciosos. Del Noctuario llevo leído un tercio y, como era de esperar, no decepciona. Me gusta degustarlo a sorbitos, como un vaso de absenta. Da igual por qué página lo abra, que siempre encuentro una frase me que conmueve. Creo que la importancia de Ligotti no hace más que crecer y crecer.

Palabras mayores es un ensayo con recomendaciones, respuestas, curiosidades o propuestas para mejorar el uso del lenguaje, en pequeñas píldoras. Concretamente, 199 pequeñas píldoras. Me lo recomendó mi mentora. Pero ese es otro tema del que quizá hable algún día. O quizá no.

Paperbacks from Hell. Y ¿qué diablos puedo yo decir de Paperbacks from Hell que no se haya dicho ya? Ese libro es un Acto de Amor y exuda sensualidad y erotismo por todas y cada una de sus moléculas de tinta. Por cierto, que el autor es el mismo de Horrorstör, al que también tengo echado el ojo. En cuando me dé la venada, lo veréis desfilar por aquí. Me refiero al libro, no al autor.

Las obras completas de Poe. ¿Por qué no? O, mejor dicho ¿cómo diablos es que no contaba ya con semejante pieza entre mis trofeos? Era, sin duda, una falta indecorosa. Tenía por ahí una versión pdf de sus Tales of Mistery and Imagination ilustrada por Clarke, pero detesto leer en una pantalla, además de que ahí faltan obras. Después de leer Technicolor, el relato de John Langan sobre La máscara de la muerte roja incluido en su The Wide, Carnivorous Sky and Other Monstruous Geographies, me vi obligado a volver al relato de Poe, así que pillé el e-book de Delphi, de los que tengo algunas obras completas de otros autores y siempre me han ido bien. Tengo que revisar la peli de Corman, por cierto: recuerdo que las vi todas en mi adolescencia, en un ciclo que echaron en la segunda cadena, si mi memoria no me falla. También tengo que revisar La narración de Arthur Gordon Pym. Lo leí hace demasiados años, y me encantó.

De Enoch Soames leí en algún sitio que era un relato fundacional del terror moderno. Así que lo cacé enseguida. Fue presa fácil.

The Delicate Dependency es una novela de vampiros que estaba incluida en una de las ofertas semanales de Valancourt Books. Buenas críticas y depreciación del dólar, ¿qué más se puede pedir?

Charles Beaumont es un autor poco conocido por estos lares. Escribió unos cuantos episodios de Twilight Zone, y lo he visto como propuesta de lectura de otro club que hay por ahí. No he leído nada de él, y esa es una falta que debería corregir.

Por último, Cuentos de ánimas es un juego de rol narrativo sobre terror rural. Evidentemente, tenía que cazarlo. Lo estoy leyendo estos días, es bastante inspirador.

¡Qué buena cosecha, por Tanith!

Seguimos acumulando.