Lemanómetro de septiembre: reptiles y orgías

Un mes más cumplo con mi cita para presentar las novedades que han pasado por la Torre. Llego bastante tarde, pero con la mochila cargada. Mira, si no, abajo.

Pero antes, una aclaración.

Noto signos de agotamiento en la, digamos, «estrecha» área temática que prevalece en el blog en estos últimos meses. Así que, después de darle algunas vueltas al tema, me he decidido por darle un pequeño giro: añadir algunos matices y aligerar otros. Retocar un poco la idea.

Mantendré el tsundoku, porque creo que es una tradición y un centro de gravedad que además marca una diferencia. Pero lo aligeraré de peso, porque creo que tampoco es plan de dorarme la píldora durante párrafos y párrafos con compras de libros que a poca gente le importan. Por ello, seré breve, intentando sintetizar en unas pocas líneas lo que me parezca más importante de la caza de cada mes, y añadiré recomendaciones, reseñas, reflexiones, novedades, frustraciones y cualquier otra cosa digna de mención que haya pasado por la Torre durante el periodo. Creo que esta concepción, más cercana a aun «estado de situación» enriquecerá más el blog.

Sin más dilación, vamos con ello. Para no perder las tradiciones, empezaremos por la caza.

Durante el mes pasado hice cuatro batidas y no tuve compasión ninguna. Fue uno de los más grandes meses, digno de recordarse en los anales del tsundoku: una de las mayores odas de amor a la literatura oscura, un frenesí de horror y tinta, una orgía cinegética que ya quisieran los predators:

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Destacaré, brevemente, el horror bundle de quince libros de la editorial Word Horde en Story Bundle. Todo canela fina. Cayó también otro bundle lovecraftiano de Lovecraft eZine porque estaba a un precio ridículo. Una última compra electrónica de seis libros sobre escritura, obras referenciadas a su vez en otro libro sobre escritura (Booklife, de Jeff Vandermeer). Y, finalmente, una compra en una librería, con cositas ricas a las que ya tenía echadas el ojo. Seguimos acumulando.

No sé por qué, pero al terminar el verano sentí un impulso irrefrenable de ver películas de reptiles asesinos. A veces surgen estos oscuros deseos con los que uno tiene que convivir, hacer las paces, y reconocer como consustanciales a una mente desequilibrada por culpa de las visitas al videoclub durante la infancia.

Como no encontré nada de cocodrilos, que era lo que realmente necesitaba, me tuve que conformar con Anaconda, en su lugar. Recordaba esta película como una auténtica bazofia. Vuelta a ver, tampoco es que sea muy buena, pero tiene una vena de aventura clásica que resulta enternecedora, y unas cuantas cosas buenas, dignas de mención: sale Machete, Owen Wilson sufre una muerte horrible relativamente pronto, el personaje gracioso no es un pelma detestable, los efectos digitales son cutres pero simpáticos, Owen Wilson sufre una muerte horrible relativamente pronto, Jennifer López está bellísssima y Jon Voight se come la pantalla con una actuación rayando en el absurdo y un acento imposible. Es, desde ya, uno de mis malos favoritos de todos los tiempos, con esa entrada en pantalla tropezando sobre el barco, esa salida regurgitado por una serpiente gigante, guiño de ojo incluido, y ese pecho (¡Dios, ese pecho!) amplio como hectáreas de cebada bajo el sol del mediodía. ¿He mencionado que Owen Wilson sufre una muerte horrible relativamente pronto?

Lo del guiño de ojo me resultó tan surrealista cuando vi la película por primera vez que llegué a creer que me lo había imaginado. Pero no: está ahí. Y ¿por qué? ¿Por qué está ahí? No dejo de preguntármelo. ¿Qué quiere decir? ¿Se supone que es un reflejo involuntario? ¿Acaso es un recuerdo de ese mismo gesto, que le hemos visto hacer antes en la película? Yo me inclino a pensar que Jon Voight simplemente no pudo evitarlo, inmerso como estaba en aquel desenfreno interpretativo. Probablemente no pudieran repetir la secuencia. O la repitieran y se le ocurrirían cosas peores, quién sabe. Puedo imaginarme el cachondeo del equipo durante la grabación.

En conclusión, una agradable sorpresa, Anaconda. La segunda parte, que lleva el ingenioso título de Anacondas, ya no me apetece tanto. Creo que no seguiré con la saga. La serpiente es un plato indigesto, por mucho que digan que sabe a pollo.

Siguiendo en la tónica de cine de animales tochos asesinos, caí en la tentación y vi en enfrentamiento entre Jason Statham vs Tiburón gigante: The Meg. Es una película perversa, traída desde las cavidades más inmundas del averno: actúa como una droga, que sabes que es muy mala para ti, pero no puedes dejarla. Me encanta que, desde el momento de la presentación de personajes, sabes cuáles de ellos van a morir y cómo van a morir exactamente, así que cuando finalmente ocurre es tan tópico que resulta cómico. Y luego está el torso de Jason Statham, con pelazo y todo, como Dios manda. No son hectáreas de cebada bajo el sol de mediodía, pero uno se puede dar un paseo por allí y volver a casa ya para la merienda. Para mi gusto, en la película faltó sangre, pero, claro, es que el bicho es muy grande y se come a la gente de un bocado, sin dejar ni una migaja.

También vi Tenet, el nuevo juguete de Nolan. Siendo un film espectacular, muy en su línea, me dio la impresión de que en esta ocasión se le veían demasiado las costuras, de que todo ese rollo de la entropía invertida no era más que una excusa para producir imágenes chulas. La batalla final me resultó decepcionante, y no podía evitar el tener la sensación de que los soldaditos que corrían hacia atrás iban demasiado despacio: como si estuvieran calentando, pero al revés. El resto de la película me recordaba constantemente al cine de Michael Mann. Y luego está Kenneth Branagh, que se come la pantalla: no es de este mundo, ese señor.

Gracias a la extensión online del Festival de Sitges ha pasado recientemente por la Torre la película The Dark and the Wicked, que arranca muy bien y mantiene una factura visual inusualmente inquietante, pero que, cuando la historia deriva hacia las posesiones demoníacas, me deja de funcionar y se convierte en una sucesión de sobresaltos orquestados por un diablo más preocupado por asustar al espectador que por su verdadero objetivo, que no es otro que apropiarse del alma de un moribundo. No quiero ser injusto (lo que hace, lo hace tremendamente bien), pero es que a mí las posesiones ni fu ni fa.

Este año estoy leyendo, por fin, A Night in the Lonesome October, de Roger Zelazny, que es un libro que estaba deseando leer desde que me enteré de su existencia. Lo estoy haciendo de la manera canónica, a un capítulo por día, hasta terminar en la noche de Halloween, porque así es como el libro está estructurado. Es una preciosidad de libro. Me encanta la voz del perro protagonista (sí, el protagonista es un perro. Concretamente, el perro de Jack el Destripador), entre ingenua, perversa y compasiva, algo muy próximo a una cierta mirada infantil. Al ver el argumento uno se espera un refrito amarillista, pero resulta que es un libro interesantísimo y muy inspirador.

He empezado la relectura de Salem’s Lot, uno de los primeros libros que leí de Stephen King, hace cientos de años. El comienzo es interesante: cómo juega con la información. Sabes que está manejándote a su antojo, es evidente cómo se guarda cientos de ases en la manga, pero a ni a ti ni al casino le importa gracias a esa máquina apisonadora que es la voz de narrador que tiene King.

Series: comenzando The Wire. No, aún no la había visto. Vamos lentos, pero seguros. Es impresionante la profesionalidad de la industria norteamericana: apenas avanzados un par de capítulos, ya tenemos una galería de personajes bien formados con los que todos nos podemos reconocer y que además despiertan nuestro interés. Sigo recorriendo Lodge 49: me encanta esa serie. El cuarto episodio, Sunday, creo que alcanza altas cotas de escritura. Empecé El tercer día, en HBO, que me gustó mucho, pero me voy a que esperar a que liberen todos los episodios porque paso de que sea la cadena la que me marque el ritmo. Y tengo pendiente Lovecraft Country. Ya caerá. Por lo que he visto por ahí, creo que ha sido un poco bluff.

Ah, me olvidaba: Errementari. Si solo quedáis con una cosa de esta entrada, por favor que sea esta película: es una joya. No os dejéis vencer por el equívoco marketing, que hace pensar en una película de posesiones cutre, y poneros a verla cuanto antes. Está en Netflix. Es un cuento lleno de poesía y sentido del humor basado en una leyenda tradicional vasca, facturado con un gusto exquisito. Una rareza en nuestro cine. Lo dicho, una joya.

Se acerca el festival Sui Géneris Madrid (todo online este año), y no puedo dejarlo pasar sin recomendarlo, incluido el congreso que aguarda agazapado entre sus góticas entrañas. Este año se reparte entre las tardes de un par de semanas y por eso no creo que pueda asistir, pero las actividades gratuitas del festival de este año son La Bomba y seguro que alguna cae.

En otro orden de cosas, en verano se me ocurrió una idea de reseñar relatos breves de terror por aquí, en forma de serie, resaltando sus valores y lo que se puede aprender de ellas, pero no sé si voy a tener tiempo. El proyecto pide a gritos una cierta regularidad. Ya veremos.

Finalmente, debo confesar que he vuelto a la bossa nova. Bueno, en realidad a Antonio Carlos Jobim, que es Dios, Amo y Señor. La necesitaba. Necesitaba esa nostalgia, y los recuerdos que trae, de una época que ya no existe, teñidos de amargura pero también felicidad.

Y eso es todo por ahora. Seguiremos vigilando desde la Torre.