Lemanómetro de marzo: primavera

Hace ya más de un mes que no recopilo todo lo que ha ido pasando por mis manos. La verdad es que el mes de febrero se ha desvanecido como un suspiro y ya nos estamos adentrando en la primavera. Por lo menos, esa es la sensación que tengo al ver pasar el día desde las ventanas de la Torre: amanece antes, el sol gana altura y la luz adquiere una claridad y un brillo nuevos; apetece pasar más tiempo fuera de casa, pero obligaciones diversas nos lo impiden, además de una pandemia que se ha llevado por delante a 2,6 millones de personas. A todo esto se añade la próxima apertura de un nuevo bar en el barrio con una inmensa terraza cuyo desarrollo hemos podido seguir atentamente desde aquí arriba, cual jubilados detrás de una valla. Estamos deseando que abran para tener una excusa con la que bajar a la superficie.

En lo que a entradas literarias se refiere, aquí está nuestro tsundoku pendiente. Han entrado más cosillas, porque esto es un flujo que nunca para y seguimos acumulado, pero las dejo para una próxima entrada:

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The Boss in the Wall me decidí a comprarla porque se hablaba muy bien de ella en el reddit de literatura de terror. Veo, además, que estuvo nominada al Locus y al Nebula.

Harvest Home ya está leído. Es uno de los clásicos del folk horror y un libro escrito en los años setenta, en un estilo muy de la época que, por momentos, me recordaba a T.E.D. Klein. El protagonista narra en primera persona la llegada al idílico pueblo de Cornwall Coombe junto a su familia, huyendo de los agobios de la gran ciudad, y su descubrimiento progresivo del tapiz de creencias y relaciones que conforman el pasado, algo más siniestro, del lugar. El libro está escrito recreándose en los detalles que caracterizan pueblo, habitantes y costumbres, teniendo todos y cada uno de ellos una función en la trama. La primera mitad es una delicia y me dejé abandonar en esa aldea bucólica que se quedó anclada en el pasado, gracias el ritmo pausado y el estilo invisible del autor que, como si de un paseo fluvial se tratara, avanza lenta e inexorablemente hacia la torrencial desembocadura final, en la que la prosa de Tryon se regodea en todos los detalles de un clímax ritual para cerrar limpiamente la novela con una coda desoladora que incluye una pincelada sardónica.

Algunos otros libros de este tsundoku ya están siendo hojeados en pequeñas dosis, así que probablemente aparecerán por aquí en un futuro no muy lejano.

Entre las películas que han pasado por la Torre, ha habido agradables sorpresas y alguna que otra decepción. No os aburriré con las segundas:

El regreso de los muertos vivientes es la continuación que en 1985 Dan O’Bannon hizo del clásico de Romero, aportando un aire muy fresco que, en mi opinión, le vino muy bien para diferenciarse de la otra rama que seguiría Romero y mantenerse vigente durante décadas. Es una película cachondísima con un guión lleno de frases memorables (homenajes a la original incluidos) y unos efectos especiales sorprendentemente buenos. Un clásico.

Goodnight Mommy es una película austríaca ejecutada con mimbres de arte y ensayo sobre dos hermanos gemelos y una madre equívoca aislados en una casa en medio de la naturaleza. Podríamos simplificar y resumirla en un El otro versión moderna, porque tampoco cuenta nada nuevo y el giro se ve venir. Pero contiene ideas muy interesantes que no acaban de estar exploradas del todo, como la evocación de arquetipos (madre, doble, doppelgänger) acrecentados por esa ambientación en un hogar de líneas modernas que recuerda por momentos al cine de Lynch, o la influencia del pasado, que se queda solamente en una base para especular. Tampoco explora con decisión la naturaleza equívoca de la madre que, por breves instantes, me recordó a la del relato Madre de Philip Fracassi (de su antología Contemplad el vacío). Son decisiones narrativas que se alejan del género para mantenerse a toda costa en el arte y ensayo, en una recreación demasiado fría del cine de Haneke. La música de Olga Neuwirth aporta un acertado nivel de ensoñación a la historia.

Cuento de Navidad, de Paco Plaza es una historia que evoluciona por retorcidos meandros, con un comienzo maravillosamente cutre que se justifica totalmente al final, y que está muy bien escrita. Además, sale Loquillo interpretando a un héroe de acción cutre: ¿se puede pedir más? Sí: se queda uno con ganas de haber pasado más tiempo las atracciones de ese parque abandonado, porque los parques de atracciones son lugares fascinantes que creo que se han utilizado muy poco.

Navidades negras (Black Christmas), de Bob Clark es una precursora del slasher que se me había pasado desapercibida (tampoco es que yo sea un gran fan de ese subgénero). No obstante, es una magnífica película cuya historia parte de una leyenda urbana. Tiene pulso y una fotografía imponente. Creo que es una película fundamental para los amantes del género y poco reivindicada.

Testigo silencioso (The Silent Partner) es un thriller canadiense de finales de los 70 sobre el juego del gato y el ratón que un avispado empleado de banca emprende con un atracador. El recientemente fallecido Christopher Plummer hace una interpretación entregada de un tipo asqueroso, pero asiste atónico al despliegue de contención y empatía de Elliot Gould, interpretando a un tipo anodino que cuando empieza a saltarse las normas empieza a convertirse en un imán para bellas mujeres. En la Torre ha gustado mucho; ya no se hacen pelis así.

Estos son los condenados es una obra de Joseph Losey para la Hammer, hecha a rebufo del éxito de El pueblo de los malditos, que trasciende las limitaciones del blanco y negro para contarnos una historia desoladora y melancólica, con personajes que buscan infructuosamente la redención a través de diálogos inteligentes, muy autoconscientes. Dicen que es precursora de La naranja mecánica en su plasmación de la violencia juvenil, pero ese es un aspecto que para mí queda de lado junto a todo lo demás que ofrece la película. Una obra maestra de la ciencia ficción terrorífica que volveré a ver con toda probabilidad.

Por último, mencionar el atracón que me di a El tercer día, la serie de Richard Kelly (el creador de Utopía para Channel Four) con un esforzado Jude Law en medio de una historia de folk horror, incluyendo las doce horas en plano secuencia emitidas en directo por Sky Arts, que se pueden ver en esta página y en esta otra página de Facebook.

Quien se atreva a acercarse a esas doce horas comprobará que no es una narración al uso, sino una inmersión bastante atmosférica en una serie de preparativos y rituales, sin apenas diálogos y poniendo a prueba su paciencia, que solo se verá recompensada si uno se enfrenta a ella de manera contemplativa. De conseguirlo, tendrá el privilegio de asistir a una serie de cuadros de una belleza extática, pintados con una gama metálica y ocre, en los que el espectador se cuestiona constantemente cuánto hay de realidad y cuánto de teatralidad en el comportamiento de los personajes, que se entregan a una representación bastante realista del calvario y muerte de su dios, llena de influencias de la tradición cristiana (a mí varios momentos me recordaron las procesiones de Semana Santa de nuestro país). También se percibe sin mucho esfuerzo el trabajo profundo en el folklore inventado de la isla, que toma dioses y elementos muy realistas de tradiciones celtas, pero que nunca se acaba de explicar del todo, dejándole a uno con ganas de saber más. Nuestro esforzado Jude Law atraviesa en este calvario simulado distintas pruebas relacionadas con los cuatro elementos (por otro lado, muy presentes en toda la obra), ya sea una última cena sumergido en el mar hasta las caderas, el extenuante cavado de su propia tumba, la metafórica crucifixión sobre un mástil a merced del viento o la redención final a través del fuego, en un final algo equívoco que no acaba de conectar con el resto de la serie, ni en espíritu ni en argumento.

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Por el camino, no obstante, habremos asistido a momentos llenos de sugerencia, con una narrativa elusiva que permite poblar la imagen de nuestras reflexiones o simplemente contemplar su belleza, como el arranque ominoso por la calzada serpenteante que conduce a la isla, la procesión recorriendo el campo abierto bajo un cielo cuajado de nubes de cualidad pictórica, o el enloquecido baile final, con los aldeanos agitándose en un trance que remite irremediablemente al zombi o al infectado moderno.

En definitiva, Autumn es una experiencia inmersiva para saborear con otros ojos, dejándose llevar, y que, en su retrato de una isla que se aísla para celebrar sus tradiciones, está bastante más cerca de la actualidad de lo que pudiera uno pensar. Para quien quiera saber más, dejo aquí una entrevista a los creadores, y aquí un artículo sobre la emisión en vivo.

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En cuanto a la escritura, mi ritmo lento pero constante me ha permitido llegar a alrededor del 75% de una historia más larga de lo habitual sobre el confinamiento del año pasado, filtrada bajo el prisma del terror extraño y el enrarecimiento de la cotidianeidad. Necesitará revisiones varias, pero en general estoy contento con ella. La voy a tener que dejar en pausa durante unas semanas para atender las prácticas de un curso de escritura de género en el que me he metido, y una convocatoria para la que ya tengo algunas ideas que me apetece mucho escribir.

Sin más por el momento, se despide el morador de la Torre.

Y no lo olvidéis: os seguimos vigilando.

Lemanómetro de diciembre: viernes negro, podcasts y tierras del sueño

Queridos amigos, un mes más paso por aquí para entregar la ración de novedades que han pasado por la Torre últimamente.

Empezaré, sin más dilación, por la sección #tsundoku que, como siempre, va primero. Este mes ha estado compuesta, básicamente, por la oferta digital para el Black Friday de Undertow Publications, una editorial canadiense que me encanta, tanto por su estética como por su línea editorial.

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Con Country of the Worm, de Gary Myers, continúo explorando las Tierras del Sueño, una vez que he dado ya cuenta (otra vez) de la obra de Lovecraft. He de decir que La búsqueda en sueños de la ignota Kadath, una novela corta que me costó mucho encontrar en su día, ha caído varios enteros con la relectura: la encuentro llena de una peripecia que en ocasiones raya lo ridículo y parece que termina reduciendo las posibilidades de un escenario tan espectacular a unos pocos personajes y situaciones repetitivas. Puedes notar como al bueno de Howard se le van acabando las ideas a medida que avanzas por ella, y te quedas con una impresión como de que las Tierras del Sueño al final son cuatro amiguetes en una comarca. No obstante, hay que reconocer la enorme influencia que esta serie de Lovecraft ha tenido en los géneros de fantasía y de espada y brujería; al menos a mí se me ha hecho muy evidente al leerla. Bastante más me interesaron los relatos anteriores del autor, los más dunsanianos. Especialmente, el binomio de la Llave de plata. A través de las puertas me parece un esfuerzo muy meritorio por expresar lo inexpresable, aquello que se encuentra más allá del velo de la realidad: una auténtica proeza de relato.

Salem’s Lot, con todos sus defectos, lo he disfrutado muchísimo. Todo el nudo es magnífico, desde el arranque de la acción en la casa del profesor, cuando el libro sube y sube cual cohete elonmuskiano, hasta la penúltima noche en la que el pueblo se prepara para invernar. Es una lástima que el final se me quede un poco corto y algunas decisiones estructurales parezcan precipitadas. Aun así, es un pedazo de libro. Toca revisar la miniserie de Tobe Hooper, que es ya un clásico. Creo que será ya la cuarta vez que la vea. Está muy infravalorada, en mi opinión.

En territorio podcastero han caído (cómo no) lo último de Todo tranquilo en Dunwich, con un programa verdaderamente extraño dedicado a sectas ufológicas y fenómenos rarunos. Como siempre, su entusiasmo es contagioso y todas y cada una de sus reseñas le dan a uno mucho que pensar. Me estoy poniendo al día con Marea Nocturna, y este mes han caído sus dos entregas más recientes: la del cine de brujas creo que es uno de sus mejores episodios, totalmente imprescindible; en la de muñecos perversos (un tema que me apasiona) escucho cosas muy buenas sobre Dead Silence (que está en Netflix), así que intentaré verla. No está exenta de cierto riesgo, porque la primera peli que he visto del tal James Wan ha supuesto una terrible decepción: Insidious me decían daba mucho miedo, pero me resultó bastante banal y su antagonista, irrisorio (los señores en mallas con la cara pintada dejaron de asustarme hace tiempo). Además, ese combinado de viaje astral y posesiones que ofrecen como solución al misterio me resultó un batiburrillo indigesto que se descontrola en un final discotequero. Sin embargo, debo rescatar la secuencia del niño danzarín (que al principio confundí precisamente con un muñeco): ahí sí está muy bien conseguida la irrupción de lo extraño en un entorno seguro, doméstico, y a plena luz del día. Eso es, sin duda, lo mejor de la película.

Por la Torre han pasado un par de películas más de género: La Maldición de Rookford es un apreciable intento por hacer una historia clásica de fantasmas con una fotografía impresionante y un loable intento de tratar el trauma que trajeron los soldados supervivientes a la Primera Guerra Mundial, pero tiene el problema de que no se acaba de decantar por el terror, sino por el drama personal. Berberian Sound Studio es una frikada con montaje soberbio, alma críptica y una pretensión constante de trascender las dos dimensiones de la pantalla, cosa que sin duda consigue. La vi en Filmin, plataforma a la que he vuelto a suscribirme con la oferta del Black Friday, porque desde que me di de baja no hubo un solo día en que no dejara de arrepentirme de ello.

Respecto a series, hemos terminado con la primera temporada de The Wire: su último episodio es magnífico. Logia 49 crece y crece con cada episodio y actualmente me parece una puta maravilla. Me encanta y cuando apago la televisión no solo tengo una sonrisa de oreja a oreja, sino que me siento realmente feliz.

En lo que respecta a la escritura, por fin llegué a la cuarta y última revisión de un relato cuyo alumbramiento ha sido demasiado largo y penoso. Necesita opiniones externas. Mientras tanto, andamos terminando la documentación de una nueva idea, una cosa muy loca que no sé si va a funcionar, pero que me apetece mucho escribir. Hay por ahí alguna convocatoria interesante, pero no creo que pueda dedicarle todo el tiempo que se merece: he estado posponiendo desde hace meses otro proyecto, más largo, que no puedo eludir por más tiempo. Creo que el invierno le vendrá bien a esa historia.

Se acercan los meses más fríos del año. Este año hemos disfrutado de un otoño muy bueno, y bastante auténtico, en Madrid. La temperatura ha sido bastante agradable, hemos tenido unas cuantas nieblas, viento, y algo de lluvia. Desde la ventana de mi cámara en la Torre puedo ver, de vez en cuanto, bandadas de ánades en formación de punta de flecha, en plena migración, volando hacia occidente. Ayer capté un grupo de gaviotas. Me cuentan que viven de los basureros. A veces las veo en el lago artificial de parque.

Os deseo un feliz invierno, y felices saturnales también.

Recordad que seguimos vigilándoos desde la Torre.

Lemanómetro de noviembre: Halloween y la luna llena

Este año estamos disfrutando de un otoño verdadero, que se desliza lentamente hacia el invierno, aquí en Madrid. Las tardes se van enfriando paulatinamente, mientras las sombras se alargan y la sucesión de días soleados se ve interrumpida por ráfagas de días grises y húmedos. Ayer mismo bajó la niebla a primera hora de la mañana, y salir a correr por las calles vacías y blancas envuelto en esa fina humedad proporciona una belleza extática y fascinante. ¿Dónde están ahora todas las hordas de deportistas que invadían las calles a primera hora del día durante el confinamiento?, me pregunto. A veces da miedo pensar que tantas personas se pongan de acuerdo en hacer lo mismo a la vez. Cuando contemplaba por la ventana la salida de las ocho de la tarde, no podía evitar recordar aquellos planos de La invasión de los ultracuerpos.

Bueno, vamos al lío:

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Apes of Wrath es una antología de relatos sobre nuestros primos, monos, orangutanes, chimpancés y demás. Era el gratis de Tachyon del mes. El de este mes es Cutting Room. The Lonely y Dark Entries los pillé en una oferta de Amazon. Tuve un arrebato de leer a M.R. James, pero no recomiendo esa edición, ya que se trata solo de las cuatro o cinco historias que se añadieron a la edición de 1931, y no la colección completa (me ha fallado Delphi, esta vez). Weird Horror es la revista trendy del momento y la publica Undertow, la misma editorial que está detrás de Lost District, de Joel Lane; libro, autor y colección por los que tenía bastante curiosidad. Trick or Treat es una historia bastante bien documentada de Halloween que se lee muy bien. Los libros roleros de La llamada de Cthulhu forman parte de la documentación de un nuevo proyecto en el que estamos ahora inmersos. Y el libro trendy de este otoño es Infierno, de Érica Couto-Ferreira. Porque necesitas esa guía para cuando tengas que ir allí.

A Night in the Lonesome October me ha gustado bastante. La verdad es que lee como las pipas, casi sin darse cuenta. De hecho, cuesta limitarse al capítulo diario, pero yo soy un caballero estricto y disciplinado, y me he mantenido en los límites que marca la tradición. Tengo que reconocer que el final me dejó un regusto agridulce: acaba bien. En mi pútrido corazoncito latía la secreta esperanza de que ganaran los Antiguos. Si os dais cuenta, este año también ha habido luna llena en Halloween. Supongo que habrá sido un año de cierre, pero uno nunca sabe, pues los dioses exteriores asumen diferentes formas y se mimetizan entre nosotros bajo disfraces diversos: banqueros, CEOs, Elon Musk, el expresidente de Estados Unidos o la señorita que te llama de Vodafone para venderte una línea de teléfono.

Por la Torre han pasado algunas películas de género este mes: Under the Shadow, la peli de Babak Anvari anterior a Wounds, que reconozco que me ha decepcionado: la realidad política pesa como una losa sobre la metáfora de terror que intenta construir y que no acaba de concretarse con la solidez que yo hubiera preferido. Técnicamente es perfecta, eso sí. Slither (2006) me pareció bastante entretenida y además mantiene un imposible equilibrio entre la parodia y el terror con bastantes elementos atractivos y un retrato demoledor del pueblo estadounidense. Ya no se ruedan las localizaciones como se hacía en la época de La Montaña Embrujada (1975): los paisajes, las casas, incluso las calles de una ciudad parecen tener un significado, ser un personaje más. Las escenas del «castillo» del malvado que interpreta Ray Milland tienen un toque siniestro y Donal Pleasence me parece que crea un papelón de la nada: hace que el personaje se me quede corto. Rec4 me decepcionó bastante y me pareció una lástima que después de esa maravilla de frescura que era la tercera nos ofrecieran un episodio lleno de tópicos con un prota que no dejaba de recordarme a Pedro Sánchez. El bar, de Alex de la Iglesia es una gozada: la disfruté muchísimo, pese a algunas contradicciones de la historia y ese final atropellado. Constituye una escalada de paranoia y desconfianza de lecturas inquietantes. Actores y actrices, espectaculares todos y todas. Para terminar, Nightcrawler, peliculón con una interpretación apabullante y aterradora de Jake Gyllenhaal que es una metáfora bastante clara del neoliberalismo rampante post-2008. Esta sí que da miedo, miedo del de verdad.

Estoy revisando todas las historias de las Tierras del Sueño de Lovecraft, y probablemente lo amplíe a algún autor más, como Lumley o Myers. Me interesa especialmente el ángulo de este último, del que no he leído nada. Lo más interesante de Lovecraft para mí es la intersección entre el terror subterráneo y la maravilla dunsanyana. Hay veces que lo clava. La lectura seguida de todas ellas deja una sensación extraña, como episodios de un sueño confuso. He creado una lista en goodreads. Si creéis que falta algún título, decídmelo.

En el Club de Lectura ahora estamos leyendo Salem’s Lot. El libro engancha, aunque no está exento de cierta decepción. Era mi favorito de Stephen King, y a día de hoy lo noto algo anticuado, tanto en el fondo (ese tremebundo y exagerado retrato de los perdedores del pueblo que nos regala en la primera parte se me antoja bastante trasnochado), como en un estilo que King aún no acababa, creo, de dominar del todo. Aun así, aquí hay muchos aciertos. Por ejemplo, creo que el libro crece en los momentos intimistas, los diálogos entre los distintos personajes, todas las voces que es capaz de abarcar el autor que, aunque llenas de tópicos, los dotan de un realismo casi palpable. Es como si estuvieras allí, entre ellos, y esas personas son reales, llenas de defectos y manías que entiendes (y compartes) perfectamente.

Creo que esto es todo por ahora. Aunque llevo la fiesta en mi pútrido corazón durante todo el año, en la Torre celebramos Halloween a la manera hogareña: una calabaza, alguna pequeña decoración, fish & chips… Aquí os dejo nuestra jack’o’lantern:

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Cuidaros. Nosotros seguimos vigilándoos desde la Torre.

Sobre «Carta a la directora»

Mi relato Carta a la directora, que se ha incluido en el último número de Círculo de Lovecraft, nació y fue creciendo de forma un tanto peculiar. Me apetece contártelo, porque está muy relacionado con el contenido del relato en sí, y creo que puede complementarlo bastante bien.

El caso es que en cuanto vi, el pasado mes de mayo, la convocatoria de la revista Círculo de Lovecraft para su número dedicado a Stephen King, supe que tenía que participar. O intentarlo, al menos.

Con King tengo una relación especial: fue una de mis primeras lecturas serias y, probablemente, el autor que me hizo desear escribir. De hecho, apenas recuerdo haber leído algún otro libro antes de los suyos. Todo empezó cuando me crucé con la portada de It en el escaparate de una librería, en mi más tierna infancia. Lo que yo había leído hasta entonces no me había interesado mucho (ya sabes, las típicas lecturas infantiles y moñas de la época). Yo ya había empezado a cultivar por el terror una afición algo ensimismada, y cuando vi aquella portada ya no me la pude quitar de la cabeza. Se trataba de la portada con las letras escritas en sangre en la bañera[1]. Aquel dibujo disparó mi imaginación y empecé a inventarme la historia que podía esconderse detrás de aquella imagen. Leerlo fue un impulso imposible de resistir. Entonces devoré, uno tras otro, todos sus libros. Me aficioné tanto que llegaba a soñar con él por las noches. Recuerdo con mucho afecto que, por mi cumpleaños, mis tíos Santiago y Maribel, que eran mis padrinos de bautismo, me enviaban como regalo libros de King desde su ciudad. Cementerio de animales fue uno de ellos (y menudo regalazo para un chaval aficionado de finales de los ochenta, por cierto). Seguí con esta obsesión durante unos años, hasta llegar al agotamiento con El juego de Gerald. Ahí lo abandoné. Podría decirse que acabé saturado de Stephen King.

Con estos antecedentes, te podrás imaginar porqué sentía la necesidad de participar en la convocatoria. Además, a Círculo de Lovecraft le tengo un cariño especial, porque fue la revista en que publiqué mi primera historia, Transcripción de las notas manuscritas de un cuaderno encontrado en la habitación de una pensión en las afueras, en su número 11.

Así que me puse manos la obra. En aquel momento, en plena pandemia, estaba totalmente enfrascado en otro relato, algo más largo, que trataba precisamente sobre el confinamiento desde una perspectiva de lo extraño; una cosa bastante clásica, en realidad. Pero tenía problemas para encontrar el tono en algunas partes, así que lo aparté momentáneamente para ponerme con la convocatoria de la revista. Y ahí sigue, a día de hoy, apartado, el pobre. Espero volver a él pronto. Ahora ando enfrascado en la revisión de otra cosa que me tiene bastante desconcertado. Pero ese es otro tema.

El caso es que estuve dándole vueltas a la convocatoria sin tener muy claro qué hacer. Suele ocurrir: las ideas no caen del cielo, ni vienen cuando las necesitas. Sabía que quería hacer algo, pero no sabía el qué. Me puse a evaluar mis opciones: utilizar uno o varios de sus personajes y llevarlos en una nueva dirección (quizá algo más personal); también podía crear algo nuevo que perteneciera de manera incontestable a su universo particular; o emplear algún episodio de su propia vida como catalizador de alguna historia, quizá el famoso atropello, o su etapa de adicción a la cocaína. Si pillas la revista, verás que hay otros relatos en ella con cada uno de estos presupuestos que funcionan perfectamente. Yo les estuve dando vueltas a todos, pero no se me ocurría nada que me entusiasmara.

Entonces empecé a repasar los libros que había leído, y volvieron los recuerdos de aquella etapa de mi vida. Me percaté entonces de que escribir algo relacionado con Stephen King suponía un ejercicio que para mí tenía un componente sentimental. Recordé, con nostalgia, todo lo que King había significado entonces, y cuántos años hacía que lo tenía olvidado.

Pensé que si partía de estas vivencias probablemente tendría más opciones de éxito que de cualquier otra forma. Al fin y al cabo, cuando he empleado experiencias personales en mi obra el resultado siempre ha sido mucho mejor; eso es algo que se nota: notas que el texto palpita, que cobra algo de vida, aunque sea un hálito tembloroso y fugaz que enseguida se extingue bajo estas manos inexpertas.

Así que empecé a pensar qué podía hacer partiendo de mi experiencia vital con Stephen King. Fue en ese punto en que la idea principal surgió de manera natural: una carta. Una carta a la directora de la revista hablando de mi experiencia con la obra de King. Esto enseguida me entusiasmó. Era justo el combustible que necesitaba para empezar a trabajar: casi podía oír el ruido del motor calentándose, empezando a funcionar.

Es un momento fantástico, probablemente el mejor: cuando una idea te apasiona y empiezas a examinarla, encontrando ramificaciones, sugerencias y nuevas posibilidades, como si limpiaras de tierra una joya recién desenterrada, y fueras descubriendo poco a poco cada una de sus brillantes caras. Luego te pasas unas cuantas semanas tallándola y otras semanas más puliéndola hasta que acabas detestándola y te prometes ir al chino la próxima vez a comprar una baratija, en vez de ponerte a excavar por ahí.

Así que me puse con ello. Pero ¿cómo empezar? «Bueno —pensé— de la manera más honesta: con la vergonzosa escena de It, que ya cuando la leí me dejó picueto». Me gustó la idea: poner las cartas sobre la mesa desde el principio, deshacerse del muerto cuanto antes. Me daba la impresión de que el camino se allanaba a partir de ahí. Y en el momento que empecé a escribir eso, apareció por allí el autor de la carta con sus ideas acerca de lo que no funcionaba en esa escena. Ahí estaba entonces el núcleo del relato.

Lo demás vino solo.

Empecé a escribir enseguida. Me documenté rápidamente, releyendo algunas cosas muy concretas del autor para encontrar otras escenas que pudiera utilizar. La estructura se construyó prácticamente sola, a partir de la experiencia personal, que fui aliñando a conveniencia y con sumo deleite. La verdad es que escribirlo fue como la seda: un auténtico placer.

Lo revisé unas cuantas veces, lo envié relativamente pronto, y a descansar unos días. Luego se me echó el verano encima y surgieron otras cosas que han ido relegando al confinamiento a mi relato sobre el ídem.

Los seleccionadores han hecho un gran trabajo para leerse todas las propuestas y hacer una selección en la que, seguramente por error, está incluida mi carta. En fin, nadie es perfecto. Yo se lo agradezco. Por cierto, que habrá otro volumen de la revista también dedicado a King, porque decidieron que la calidad de muchos de los relatos justificaba, en esta ocasión, ampliar la revista.

Ah, se me olvidaba. Para no perder la costumbre, en Carta a la directora (como ya hice en Notas manuscritas…) incluí una frase extraída directamente de uno de los relatos a los que hace referencia. A ver si la encuentras.


[1] Por cierto, que me ha sido imposible encontrar en la web una imagen de esa portada. Y estoy seguro de que no es producto de mi imaginación. Si tú la encuentras por ahí, sería un puntazo que me la hicieras llegar, porque me encantaría volver a verla.

Lemanómetro de septiembre: reptiles y orgías

Un mes más cumplo con mi cita para presentar las novedades que han pasado por la Torre. Llego bastante tarde, pero con la mochila cargada. Mira, si no, abajo.

Pero antes, una aclaración.

Noto signos de agotamiento en la, digamos, «estrecha» área temática que prevalece en el blog en estos últimos meses. Así que, después de darle algunas vueltas al tema, me he decidido por darle un pequeño giro: añadir algunos matices y aligerar otros. Retocar un poco la idea.

Mantendré el tsundoku, porque creo que es una tradición y un centro de gravedad que además marca una diferencia. Pero lo aligeraré de peso, porque creo que tampoco es plan de dorarme la píldora durante párrafos y párrafos con compras de libros que a poca gente le importan. Por ello, seré breve, intentando sintetizar en unas pocas líneas lo que me parezca más importante de la caza de cada mes, y añadiré recomendaciones, reseñas, reflexiones, novedades, frustraciones y cualquier otra cosa digna de mención que haya pasado por la Torre durante el periodo. Creo que esta concepción, más cercana a aun «estado de situación» enriquecerá más el blog.

Sin más dilación, vamos con ello. Para no perder las tradiciones, empezaremos por la caza.

Durante el mes pasado hice cuatro batidas y no tuve compasión ninguna. Fue uno de los más grandes meses, digno de recordarse en los anales del tsundoku: una de las mayores odas de amor a la literatura oscura, un frenesí de horror y tinta, una orgía cinegética que ya quisieran los predators:

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Destacaré, brevemente, el horror bundle de quince libros de la editorial Word Horde en Story Bundle. Todo canela fina. Cayó también otro bundle lovecraftiano de Lovecraft eZine porque estaba a un precio ridículo. Una última compra electrónica de seis libros sobre escritura, obras referenciadas a su vez en otro libro sobre escritura (Booklife, de Jeff Vandermeer). Y, finalmente, una compra en una librería, con cositas ricas a las que ya tenía echadas el ojo. Seguimos acumulando.

No sé por qué, pero al terminar el verano sentí un impulso irrefrenable de ver películas de reptiles asesinos. A veces surgen estos oscuros deseos con los que uno tiene que convivir, hacer las paces, y reconocer como consustanciales a una mente desequilibrada por culpa de las visitas al videoclub durante la infancia.

Como no encontré nada de cocodrilos, que era lo que realmente necesitaba, me tuve que conformar con Anaconda, en su lugar. Recordaba esta película como una auténtica bazofia. Vuelta a ver, tampoco es que sea muy buena, pero tiene una vena de aventura clásica que resulta enternecedora, y unas cuantas cosas buenas, dignas de mención: sale Machete, Owen Wilson sufre una muerte horrible relativamente pronto, el personaje gracioso no es un pelma detestable, los efectos digitales son cutres pero simpáticos, Owen Wilson sufre una muerte horrible relativamente pronto, Jennifer López está bellísssima y Jon Voight se come la pantalla con una actuación rayando en el absurdo y un acento imposible. Es, desde ya, uno de mis malos favoritos de todos los tiempos, con esa entrada en pantalla tropezando sobre el barco, esa salida regurgitado por una serpiente gigante, guiño de ojo incluido, y ese pecho (¡Dios, ese pecho!) amplio como hectáreas de cebada bajo el sol del mediodía. ¿He mencionado que Owen Wilson sufre una muerte horrible relativamente pronto?

Lo del guiño de ojo me resultó tan surrealista cuando vi la película por primera vez que llegué a creer que me lo había imaginado. Pero no: está ahí. Y ¿por qué? ¿Por qué está ahí? No dejo de preguntármelo. ¿Qué quiere decir? ¿Se supone que es un reflejo involuntario? ¿Acaso es un recuerdo de ese mismo gesto, que le hemos visto hacer antes en la película? Yo me inclino a pensar que Jon Voight simplemente no pudo evitarlo, inmerso como estaba en aquel desenfreno interpretativo. Probablemente no pudieran repetir la secuencia. O la repitieran y se le ocurrirían cosas peores, quién sabe. Puedo imaginarme el cachondeo del equipo durante la grabación.

En conclusión, una agradable sorpresa, Anaconda. La segunda parte, que lleva el ingenioso título de Anacondas, ya no me apetece tanto. Creo que no seguiré con la saga. La serpiente es un plato indigesto, por mucho que digan que sabe a pollo.

Siguiendo en la tónica de cine de animales tochos asesinos, caí en la tentación y vi en enfrentamiento entre Jason Statham vs Tiburón gigante: The Meg. Es una película perversa, traída desde las cavidades más inmundas del averno: actúa como una droga, que sabes que es muy mala para ti, pero no puedes dejarla. Me encanta que, desde el momento de la presentación de personajes, sabes cuáles de ellos van a morir y cómo van a morir exactamente, así que cuando finalmente ocurre es tan tópico que resulta cómico. Y luego está el torso de Jason Statham, con pelazo y todo, como Dios manda. No son hectáreas de cebada bajo el sol de mediodía, pero uno se puede dar un paseo por allí y volver a casa ya para la merienda. Para mi gusto, en la película faltó sangre, pero, claro, es que el bicho es muy grande y se come a la gente de un bocado, sin dejar ni una migaja.

También vi Tenet, el nuevo juguete de Nolan. Siendo un film espectacular, muy en su línea, me dio la impresión de que en esta ocasión se le veían demasiado las costuras, de que todo ese rollo de la entropía invertida no era más que una excusa para producir imágenes chulas. La batalla final me resultó decepcionante, y no podía evitar el tener la sensación de que los soldaditos que corrían hacia atrás iban demasiado despacio: como si estuvieran calentando, pero al revés. El resto de la película me recordaba constantemente al cine de Michael Mann. Y luego está Kenneth Branagh, que se come la pantalla: no es de este mundo, ese señor.

Gracias a la extensión online del Festival de Sitges ha pasado recientemente por la Torre la película The Dark and the Wicked, que arranca muy bien y mantiene una factura visual inusualmente inquietante, pero que, cuando la historia deriva hacia las posesiones demoníacas, me deja de funcionar y se convierte en una sucesión de sobresaltos orquestados por un diablo más preocupado por asustar al espectador que por su verdadero objetivo, que no es otro que apropiarse del alma de un moribundo. No quiero ser injusto (lo que hace, lo hace tremendamente bien), pero es que a mí las posesiones ni fu ni fa.

Este año estoy leyendo, por fin, A Night in the Lonesome October, de Roger Zelazny, que es un libro que estaba deseando leer desde que me enteré de su existencia. Lo estoy haciendo de la manera canónica, a un capítulo por día, hasta terminar en la noche de Halloween, porque así es como el libro está estructurado. Es una preciosidad de libro. Me encanta la voz del perro protagonista (sí, el protagonista es un perro. Concretamente, el perro de Jack el Destripador), entre ingenua, perversa y compasiva, algo muy próximo a una cierta mirada infantil. Al ver el argumento uno se espera un refrito amarillista, pero resulta que es un libro interesantísimo y muy inspirador.

He empezado la relectura de Salem’s Lot, uno de los primeros libros que leí de Stephen King, hace cientos de años. El comienzo es interesante: cómo juega con la información. Sabes que está manejándote a su antojo, es evidente cómo se guarda cientos de ases en la manga, pero a ni a ti ni al casino le importa gracias a esa máquina apisonadora que es la voz de narrador que tiene King.

Series: comenzando The Wire. No, aún no la había visto. Vamos lentos, pero seguros. Es impresionante la profesionalidad de la industria norteamericana: apenas avanzados un par de capítulos, ya tenemos una galería de personajes bien formados con los que todos nos podemos reconocer y que además despiertan nuestro interés. Sigo recorriendo Lodge 49: me encanta esa serie. El cuarto episodio, Sunday, creo que alcanza altas cotas de escritura. Empecé El tercer día, en HBO, que me gustó mucho, pero me voy a que esperar a que liberen todos los episodios porque paso de que sea la cadena la que me marque el ritmo. Y tengo pendiente Lovecraft Country. Ya caerá. Por lo que he visto por ahí, creo que ha sido un poco bluff.

Ah, me olvidaba: Errementari. Si solo quedáis con una cosa de esta entrada, por favor que sea esta película: es una joya. No os dejéis vencer por el equívoco marketing, que hace pensar en una película de posesiones cutre, y poneros a verla cuanto antes. Está en Netflix. Es un cuento lleno de poesía y sentido del humor basado en una leyenda tradicional vasca, facturado con un gusto exquisito. Una rareza en nuestro cine. Lo dicho, una joya.

Se acerca el festival Sui Géneris Madrid (todo online este año), y no puedo dejarlo pasar sin recomendarlo, incluido el congreso que aguarda agazapado entre sus góticas entrañas. Este año se reparte entre las tardes de un par de semanas y por eso no creo que pueda asistir, pero las actividades gratuitas del festival de este año son La Bomba y seguro que alguna cae.

En otro orden de cosas, en verano se me ocurrió una idea de reseñar relatos breves de terror por aquí, en forma de serie, resaltando sus valores y lo que se puede aprender de ellas, pero no sé si voy a tener tiempo. El proyecto pide a gritos una cierta regularidad. Ya veremos.

Finalmente, debo confesar que he vuelto a la bossa nova. Bueno, en realidad a Antonio Carlos Jobim, que es Dios, Amo y Señor. La necesitaba. Necesitaba esa nostalgia, y los recuerdos que trae, de una época que ya no existe, teñidos de amargura pero también felicidad.

Y eso es todo por ahora. Seguiremos vigilando desde la Torre.

Tsundoku, agosto 2020

Hola de nuevo.

El mes de agosto comenzó bastante tranquilo en cuanto a cacerías. El regreso de vacaciones, la puesta al día, la estancia en una casa extraña de una ciudad de provincias o el trabajo de documentación que pedían ciertos proyectos, fueron algunos de los motivos que me apartaron de la práctica cinegética.

 
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Ese trabajo de documentación del que os hablaba es el que justifica esta primera pieza, abatida rápidamente en formato electrónico con la única finalidad de resolver una breve consulta. Fue fácil.

 
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Pero unos días más tarde decidí darme un capricho. Thinking Horror es una publicación periódica cuyo tamaño me impide llamarlo revista. Horror y Filosofía, ¿hay algo más apetitoso para un gourmand del espanto? Su primer número, del año 2015, se estructura en una intermitencia de entrevistas y artículos, que vertebran la obra con polos continuos de interés. La línea editorial no es ligera, y creo que está plenamente justificada: desde la interrogación sobre el mismo concepto del horror, su diferencia con conceptos afines, hasta la emergencia de diferentes subgéneros o el rastreo de influencias históricas, aquí hay una preocupación y una adicción por el género que en la Torre nos enternece.

 
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Lost Signals y Lost Films son dos antologías de la editorial Perpetual Motion Machine, fundada por Max Booth III y Lori Michelle. Me interesó mucho su planteamiento, y por lo que llevo leído, hay mucha calidad aquí. Las atrapé juntas, en formato electrónico y directamente en la web de la editorial.

 
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Otra editorial norteamericana, Tachyon Publications, ofrecía gratis en su web esta novela de Lavie Thidar, Unholy Land, así que unos días después la metí en la saca también. Parece que va de viajes en el tiempo en Palestina, con lo que no sé muy bien qué esperar, si un drama pseudorrealista tipo Ken Loach o un thriller vertiginoso tipo Looper. Pero el autor está muy reconocido, así que confiaremos en él.

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El último trofeo es Cabal, de Clive Barker. Tenía yo una deuda imperdonable con el autor porque no había leído nada de él. Creo que esta indecorosa carencia nace de la forma en que se ha venido promocionando su obra, cargando siempre las tintas hacia un horror corporal que nunca me ha interesado mucho. Sin embargo, cuando vi hace un par de años la adaptación cinematográfica de esta novela, Razas de Noche (Nightbreed), me di cuenta de ahí detrás había un gran autor (además de un muy buen director), y empezó a interesarme la cosa. El Club de Lectura de Dentro del Monolito ha venido a ayudarme a saldar la deuda, pues Cabal supone la obra a tratar de este mes. Y su lectura está confirmando mis sospechas: aquí hay un autor magnífico, con un manejo envidiable del lenguaje, de la estructura y del subtexto.

Y esta fue toda la caza del mes de agosto. No mucha, pero muy seleccionada. He de advertir que en estos primeros días del mes de septiembre ya estoy acumulando unos cuantos trofeos. Se avecina grande este mes. ¡Hay que leer mucho, maldita sea! ¿No apetece, a la vuelta del verano, ese periodo inane de sol abrasador que derrite las neuronas e incapacita para cualquier actividad intelectual, arrancar el nuevo curso lleno de ímpetu lector y ganas de aprender? ¡La caza ha vuelto!

Bueno, en realidad nunca se fue. Seguimos acumulando.

Tsundoku julio 2020

Este mes la caza ha llegado de geografías diversas: desde Santander a Virginia (EE. UU.), pasando por Alicante o Madrid. Olvidados autores irlandeses, revistas de xenopolítica, ciencia ficción experimental, obra nueva española, terror surf e historia de la magia: un combinado heterogéneo y fresquito para el verano.

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Denis Bracknel es el nombre del chaval de quince años al que debe tutelar el protagonista de la novela, recién llegado a la mansión familiar. El muchacho tiene pequeñas manías, como realizar rituales a la luz de la luna y cosas así. Irresistible, vamos. Valancourt Books está reeditando la obra de Forrest Reid, un autor fallecido en 1947 que tuvo cierto éxito de crítica, pero prácticamente olvidado hoy en día.

 
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La revista Xenomórfica, Unidad Alienígena de Pensamiento y Vanguardia. Obviamente, tenía que pillarla.

 
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Comprando en preventa Agujeros de sol, la última novela de Nieves Mories, Dilatando Mentes te regalaba un relato de la autora y una breve antología, a modo de zine, llamada Ex Horror. El libro ha sido la última lectura del club de lectura de terror de Dentro del Monolito y encontraréis mi opinión al respecto en la reseña grupal que se publicará allí. Puedo adelantar que está envidiablemente bien escrito y que consigue transmitir la ansiedad que sufren los personajes inmersos en uno de los peores infiernos que existen en esta vida: la familia.

 
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Fantasmagoría es una historia de la magia. Ya la tenía echada el ojo hace tiempo y me decidí darme el capricho antes de las vacaciones. Es una gozada, La Felguera nunca decepciona. Venía con un pequeño detalle que puede apreciarse en la fotografía y que sin duda contribuirá a facilitar mi tránsito por el Segundo Confinamiento, en el probable caso de que este se produzca.

 
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En julio pasé unos días de vacaciones en Santander, alojado en un céntrico apartamento a unos metros de la librería Estvdio. Hizo un tiempo estupendo, 23 grados día y noche. Pudimos disfrutar de alguna jornada de playa y excursiones por el interior. El último día pude sacar unos minutos para entrar a echar un ojo por las estanterías de la tienda. El catálogo es estupendo y tienen cientos de libros de temática local. Suelta tu sucio tentáculo de mi tabla me hizo mucha gracia: la combinación de terror y surf está poco explorada y las dos cosas molan por separado, así que nada puede salir mal. El otro ejemplar que me llevé de allí, Artefacto, es un librillo de apenas 80 páginas que también tenía en el radar desde hace tiempo. El autor, Germán Sierra, lo escribió en inglés y ahora ha salido traducido al español por Javier Calvo, que fue lo que me acabó de convencer para llevármelo (su traducción de País de sombras, de Peter Matthiessen, que leí el año pasado, me dejó anonadado). Artefacto es una historia de ciencia ficción con un estilo bastante experimental que va asombrando a cada frase.

Y eso fue todo este mes. Escribo esto desde una vetusta casa asturiana a la entrada de un valle, poco después del amanecer. Fuera, la niebla flota sobre la tierra irradiando un brillo difuso, de tonalidades metálicas. El día nos depara nuevas experiencias, nuevas ideas, nuevos deseos y realidades contrastantes. Mientras tanto, nosotros seguimos acumulando.