Lemanómetro de diciembre: viernes negro, podcasts y tierras del sueño

Queridos amigos, un mes más paso por aquí para entregar la ración de novedades que han pasado por la Torre últimamente.

Empezaré, sin más dilación, por la sección #tsundoku que, como siempre, va primero. Este mes ha estado compuesta, básicamente, por la oferta digital para el Black Friday de Undertow Publications, una editorial canadiense que me encanta, tanto por su estética como por su línea editorial.

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Con Country of the Worm, de Gary Myers, continúo explorando las Tierras del Sueño, una vez que he dado ya cuenta (otra vez) de la obra de Lovecraft. He de decir que La búsqueda en sueños de la ignota Kadath, una novela corta que me costó mucho encontrar en su día, ha caído varios enteros con la relectura: la encuentro llena de una peripecia que en ocasiones raya lo ridículo y parece que termina reduciendo las posibilidades de un escenario tan espectacular a unos pocos personajes y situaciones repetitivas. Puedes notar como al bueno de Howard se le van acabando las ideas a medida que avanzas por ella, y te quedas con una impresión como de que las Tierras del Sueño al final son cuatro amiguetes en una comarca. No obstante, hay que reconocer la enorme influencia que esta serie de Lovecraft ha tenido en los géneros de fantasía y de espada y brujería; al menos a mí se me ha hecho muy evidente al leerla. Bastante más me interesaron los relatos anteriores del autor, los más dunsanianos. Especialmente, el binomio de la Llave de plata. A través de las puertas me parece un esfuerzo muy meritorio por expresar lo inexpresable, aquello que se encuentra más allá del velo de la realidad: una auténtica proeza de relato.

Salem’s Lot, con todos sus defectos, lo he disfrutado muchísimo. Todo el nudo es magnífico, desde el arranque de la acción en la casa del profesor, cuando el libro sube y sube cual cohete elonmuskiano, hasta la penúltima noche en la que el pueblo se prepara para invernar. Es una lástima que el final se me quede un poco corto y algunas decisiones estructurales parezcan precipitadas. Aun así, es un pedazo de libro. Toca revisar la miniserie de Tobe Hooper, que es ya un clásico. Creo que será ya la cuarta vez que la vea. Está muy infravalorada, en mi opinión.

En territorio podcastero han caído (cómo no) lo último de Todo tranquilo en Dunwich, con un programa verdaderamente extraño dedicado a sectas ufológicas y fenómenos rarunos. Como siempre, su entusiasmo es contagioso y todas y cada una de sus reseñas le dan a uno mucho que pensar. Me estoy poniendo al día con Marea Nocturna, y este mes han caído sus dos entregas más recientes: la del cine de brujas creo que es uno de sus mejores episodios, totalmente imprescindible; en la de muñecos perversos (un tema que me apasiona) escucho cosas muy buenas sobre Dead Silence (que está en Netflix), así que intentaré verla. No está exenta de cierto riesgo, porque la primera peli que he visto del tal James Wan ha supuesto una terrible decepción: Insidious me decían daba mucho miedo, pero me resultó bastante banal y su antagonista, irrisorio (los señores en mallas con la cara pintada dejaron de asustarme hace tiempo). Además, ese combinado de viaje astral y posesiones que ofrecen como solución al misterio me resultó un batiburrillo indigesto que se descontrola en un final discotequero. Sin embargo, debo rescatar la secuencia del niño danzarín (que al principio confundí precisamente con un muñeco): ahí sí está muy bien conseguida la irrupción de lo extraño en un entorno seguro, doméstico, y a plena luz del día. Eso es, sin duda, lo mejor de la película.

Por la Torre han pasado un par de películas más de género: La Maldición de Rookford es un apreciable intento por hacer una historia clásica de fantasmas con una fotografía impresionante y un loable intento de tratar el trauma que trajeron los soldados supervivientes a la Primera Guerra Mundial, pero tiene el problema de que no se acaba de decantar por el terror, sino por el drama personal. Berberian Sound Studio es una frikada con montaje soberbio, alma críptica y una pretensión constante de trascender las dos dimensiones de la pantalla, cosa que sin duda consigue. La vi en Filmin, plataforma a la que he vuelto a suscribirme con la oferta del Black Friday, porque desde que me di de baja no hubo un solo día en que no dejara de arrepentirme de ello.

Respecto a series, hemos terminado con la primera temporada de The Wire: su último episodio es magnífico. Logia 49 crece y crece con cada episodio y actualmente me parece una puta maravilla. Me encanta y cuando apago la televisión no solo tengo una sonrisa de oreja a oreja, sino que me siento realmente feliz.

En lo que respecta a la escritura, por fin llegué a la cuarta y última revisión de un relato cuyo alumbramiento ha sido demasiado largo y penoso. Necesita opiniones externas. Mientras tanto, andamos terminando la documentación de una nueva idea, una cosa muy loca que no sé si va a funcionar, pero que me apetece mucho escribir. Hay por ahí alguna convocatoria interesante, pero no creo que pueda dedicarle todo el tiempo que se merece: he estado posponiendo desde hace meses otro proyecto, más largo, que no puedo eludir por más tiempo. Creo que el invierno le vendrá bien a esa historia.

Se acercan los meses más fríos del año. Este año hemos disfrutado de un otoño muy bueno, y bastante auténtico, en Madrid. La temperatura ha sido bastante agradable, hemos tenido unas cuantas nieblas, viento, y algo de lluvia. Desde la ventana de mi cámara en la Torre puedo ver, de vez en cuanto, bandadas de ánades en formación de punta de flecha, en plena migración, volando hacia occidente. Ayer capté un grupo de gaviotas. Me cuentan que viven de los basureros. A veces las veo en el lago artificial de parque.

Os deseo un feliz invierno, y felices saturnales también.

Recordad que seguimos vigilándoos desde la Torre.

Lemanómetro de noviembre: Halloween y la luna llena

Este año estamos disfrutando de un otoño verdadero, que se desliza lentamente hacia el invierno, aquí en Madrid. Las tardes se van enfriando paulatinamente, mientras las sombras se alargan y la sucesión de días soleados se ve interrumpida por ráfagas de días grises y húmedos. Ayer mismo bajó la niebla a primera hora de la mañana, y salir a correr por las calles vacías y blancas envuelto en esa fina humedad proporciona una belleza extática y fascinante. ¿Dónde están ahora todas las hordas de deportistas que invadían las calles a primera hora del día durante el confinamiento?, me pregunto. A veces da miedo pensar que tantas personas se pongan de acuerdo en hacer lo mismo a la vez. Cuando contemplaba por la ventana la salida de las ocho de la tarde, no podía evitar recordar aquellos planos de La invasión de los ultracuerpos.

Bueno, vamos al lío:

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Apes of Wrath es una antología de relatos sobre nuestros primos, monos, orangutanes, chimpancés y demás. Era el gratis de Tachyon del mes. El de este mes es Cutting Room. The Lonely y Dark Entries los pillé en una oferta de Amazon. Tuve un arrebato de leer a M.R. James, pero no recomiendo esa edición, ya que se trata solo de las cuatro o cinco historias que se añadieron a la edición de 1931, y no la colección completa (me ha fallado Delphi, esta vez). Weird Horror es la revista trendy del momento y la publica Undertow, la misma editorial que está detrás de Lost District, de Joel Lane; libro, autor y colección por los que tenía bastante curiosidad. Trick or Treat es una historia bastante bien documentada de Halloween que se lee muy bien. Los libros roleros de La llamada de Cthulhu forman parte de la documentación de un nuevo proyecto en el que estamos ahora inmersos. Y el libro trendy de este otoño es Infierno, de Érica Couto-Ferreira. Porque necesitas esa guía para cuando tengas que ir allí.

A Night in the Lonesome October me ha gustado bastante. La verdad es que lee como las pipas, casi sin darse cuenta. De hecho, cuesta limitarse al capítulo diario, pero yo soy un caballero estricto y disciplinado, y me he mantenido en los límites que marca la tradición. Tengo que reconocer que el final me dejó un regusto agridulce: acaba bien. En mi pútrido corazoncito latía la secreta esperanza de que ganaran los Antiguos. Si os dais cuenta, este año también ha habido luna llena en Halloween. Supongo que habrá sido un año de cierre, pero uno nunca sabe, pues los dioses exteriores asumen diferentes formas y se mimetizan entre nosotros bajo disfraces diversos: banqueros, CEOs, Elon Musk, el expresidente de Estados Unidos o la señorita que te llama de Vodafone para venderte una línea de teléfono.

Por la Torre han pasado algunas películas de género este mes: Under the Shadow, la peli de Babak Anvari anterior a Wounds, que reconozco que me ha decepcionado: la realidad política pesa como una losa sobre la metáfora de terror que intenta construir y que no acaba de concretarse con la solidez que yo hubiera preferido. Técnicamente es perfecta, eso sí. Slither (2006) me pareció bastante entretenida y además mantiene un imposible equilibrio entre la parodia y el terror con bastantes elementos atractivos y un retrato demoledor del pueblo estadounidense. Ya no se ruedan las localizaciones como se hacía en la época de La Montaña Embrujada (1975): los paisajes, las casas, incluso las calles de una ciudad parecen tener un significado, ser un personaje más. Las escenas del «castillo» del malvado que interpreta Ray Milland tienen un toque siniestro y Donal Pleasence me parece que crea un papelón de la nada: hace que el personaje se me quede corto. Rec4 me decepcionó bastante y me pareció una lástima que después de esa maravilla de frescura que era la tercera nos ofrecieran un episodio lleno de tópicos con un prota que no dejaba de recordarme a Pedro Sánchez. El bar, de Alex de la Iglesia es una gozada: la disfruté muchísimo, pese a algunas contradicciones de la historia y ese final atropellado. Constituye una escalada de paranoia y desconfianza de lecturas inquietantes. Actores y actrices, espectaculares todos y todas. Para terminar, Nightcrawler, peliculón con una interpretación apabullante y aterradora de Jake Gyllenhaal que es una metáfora bastante clara del neoliberalismo rampante post-2008. Esta sí que da miedo, miedo del de verdad.

Estoy revisando todas las historias de las Tierras del Sueño de Lovecraft, y probablemente lo amplíe a algún autor más, como Lumley o Myers. Me interesa especialmente el ángulo de este último, del que no he leído nada. Lo más interesante de Lovecraft para mí es la intersección entre el terror subterráneo y la maravilla dunsanyana. Hay veces que lo clava. La lectura seguida de todas ellas deja una sensación extraña, como episodios de un sueño confuso. He creado una lista en goodreads. Si creéis que falta algún título, decídmelo.

En el Club de Lectura ahora estamos leyendo Salem’s Lot. El libro engancha, aunque no está exento de cierta decepción. Era mi favorito de Stephen King, y a día de hoy lo noto algo anticuado, tanto en el fondo (ese tremebundo y exagerado retrato de los perdedores del pueblo que nos regala en la primera parte se me antoja bastante trasnochado), como en un estilo que King aún no acababa, creo, de dominar del todo. Aun así, aquí hay muchos aciertos. Por ejemplo, creo que el libro crece en los momentos intimistas, los diálogos entre los distintos personajes, todas las voces que es capaz de abarcar el autor que, aunque llenas de tópicos, los dotan de un realismo casi palpable. Es como si estuvieras allí, entre ellos, y esas personas son reales, llenas de defectos y manías que entiendes (y compartes) perfectamente.

Creo que esto es todo por ahora. Aunque llevo la fiesta en mi pútrido corazón durante todo el año, en la Torre celebramos Halloween a la manera hogareña: una calabaza, alguna pequeña decoración, fish & chips… Aquí os dejo nuestra jack’o’lantern:

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Cuidaros. Nosotros seguimos vigilándoos desde la Torre.

Sobre «Carta a la directora»

Mi relato Carta a la directora, que se ha incluido en el último número de Círculo de Lovecraft, nació y fue creciendo de forma un tanto peculiar. Me apetece contártelo, porque está muy relacionado con el contenido del relato en sí, y creo que puede complementarlo bastante bien.

El caso es que en cuanto vi, el pasado mes de mayo, la convocatoria de la revista Círculo de Lovecraft para su número dedicado a Stephen King, supe que tenía que participar. O intentarlo, al menos.

Con King tengo una relación especial: fue una de mis primeras lecturas serias y, probablemente, el autor que me hizo desear escribir. De hecho, apenas recuerdo haber leído algún otro libro antes de los suyos. Todo empezó cuando me crucé con la portada de It en el escaparate de una librería, en mi más tierna infancia. Lo que yo había leído hasta entonces no me había interesado mucho (ya sabes, las típicas lecturas infantiles y moñas de la época). Yo ya había empezado a cultivar por el terror una afición algo ensimismada, y cuando vi aquella portada ya no me la pude quitar de la cabeza. Se trataba de la portada con las letras escritas en sangre en la bañera[1]. Aquel dibujo disparó mi imaginación y empecé a inventarme la historia que podía esconderse detrás de aquella imagen. Leerlo fue un impulso imposible de resistir. Entonces devoré, uno tras otro, todos sus libros. Me aficioné tanto que llegaba a soñar con él por las noches. Recuerdo con mucho afecto que, por mi cumpleaños, mis tíos Santiago y Maribel, que eran mis padrinos de bautismo, me enviaban como regalo libros de King desde su ciudad. Cementerio de animales fue uno de ellos (y menudo regalazo para un chaval aficionado de finales de los ochenta, por cierto). Seguí con esta obsesión durante unos años, hasta llegar al agotamiento con El juego de Gerald. Ahí lo abandoné. Podría decirse que acabé saturado de Stephen King.

Con estos antecedentes, te podrás imaginar porqué sentía la necesidad de participar en la convocatoria. Además, a Círculo de Lovecraft le tengo un cariño especial, porque fue la revista en que publiqué mi primera historia, Transcripción de las notas manuscritas de un cuaderno encontrado en la habitación de una pensión en las afueras, en su número 11.

Así que me puse manos la obra. En aquel momento, en plena pandemia, estaba totalmente enfrascado en otro relato, algo más largo, que trataba precisamente sobre el confinamiento desde una perspectiva de lo extraño; una cosa bastante clásica, en realidad. Pero tenía problemas para encontrar el tono en algunas partes, así que lo aparté momentáneamente para ponerme con la convocatoria de la revista. Y ahí sigue, a día de hoy, apartado, el pobre. Espero volver a él pronto. Ahora ando enfrascado en la revisión de otra cosa que me tiene bastante desconcertado. Pero ese es otro tema.

El caso es que estuve dándole vueltas a la convocatoria sin tener muy claro qué hacer. Suele ocurrir: las ideas no caen del cielo, ni vienen cuando las necesitas. Sabía que quería hacer algo, pero no sabía el qué. Me puse a evaluar mis opciones: utilizar uno o varios de sus personajes y llevarlos en una nueva dirección (quizá algo más personal); también podía crear algo nuevo que perteneciera de manera incontestable a su universo particular; o emplear algún episodio de su propia vida como catalizador de alguna historia, quizá el famoso atropello, o su etapa de adicción a la cocaína. Si pillas la revista, verás que hay otros relatos en ella con cada uno de estos presupuestos que funcionan perfectamente. Yo les estuve dando vueltas a todos, pero no se me ocurría nada que me entusiasmara.

Entonces empecé a repasar los libros que había leído, y volvieron los recuerdos de aquella etapa de mi vida. Me percaté entonces de que escribir algo relacionado con Stephen King suponía un ejercicio que para mí tenía un componente sentimental. Recordé, con nostalgia, todo lo que King había significado entonces, y cuántos años hacía que lo tenía olvidado.

Pensé que si partía de estas vivencias probablemente tendría más opciones de éxito que de cualquier otra forma. Al fin y al cabo, cuando he empleado experiencias personales en mi obra el resultado siempre ha sido mucho mejor; eso es algo que se nota: notas que el texto palpita, que cobra algo de vida, aunque sea un hálito tembloroso y fugaz que enseguida se extingue bajo estas manos inexpertas.

Así que empecé a pensar qué podía hacer partiendo de mi experiencia vital con Stephen King. Fue en ese punto en que la idea principal surgió de manera natural: una carta. Una carta a la directora de la revista hablando de mi experiencia con la obra de King. Esto enseguida me entusiasmó. Era justo el combustible que necesitaba para empezar a trabajar: casi podía oír el ruido del motor calentándose, empezando a funcionar.

Es un momento fantástico, probablemente el mejor: cuando una idea te apasiona y empiezas a examinarla, encontrando ramificaciones, sugerencias y nuevas posibilidades, como si limpiaras de tierra una joya recién desenterrada, y fueras descubriendo poco a poco cada una de sus brillantes caras. Luego te pasas unas cuantas semanas tallándola y otras semanas más puliéndola hasta que acabas detestándola y te prometes ir al chino la próxima vez a comprar una baratija, en vez de ponerte a excavar por ahí.

Así que me puse con ello. Pero ¿cómo empezar? «Bueno —pensé— de la manera más honesta: con la vergonzosa escena de It, que ya cuando la leí me dejó picueto». Me gustó la idea: poner las cartas sobre la mesa desde el principio, deshacerse del muerto cuanto antes. Me daba la impresión de que el camino se allanaba a partir de ahí. Y en el momento que empecé a escribir eso, apareció por allí el autor de la carta con sus ideas acerca de lo que no funcionaba en esa escena. Ahí estaba entonces el núcleo del relato.

Lo demás vino solo.

Empecé a escribir enseguida. Me documenté rápidamente, releyendo algunas cosas muy concretas del autor para encontrar otras escenas que pudiera utilizar. La estructura se construyó prácticamente sola, a partir de la experiencia personal, que fui aliñando a conveniencia y con sumo deleite. La verdad es que escribirlo fue como la seda: un auténtico placer.

Lo revisé unas cuantas veces, lo envié relativamente pronto, y a descansar unos días. Luego se me echó el verano encima y surgieron otras cosas que han ido relegando al confinamiento a mi relato sobre el ídem.

Los seleccionadores han hecho un gran trabajo para leerse todas las propuestas y hacer una selección en la que, seguramente por error, está incluida mi carta. En fin, nadie es perfecto. Yo se lo agradezco. Por cierto, que habrá otro volumen de la revista también dedicado a King, porque decidieron que la calidad de muchos de los relatos justificaba, en esta ocasión, ampliar la revista.

Ah, se me olvidaba. Para no perder la costumbre, en Carta a la directora (como ya hice en Notas manuscritas…) incluí una frase extraída directamente de uno de los relatos a los que hace referencia. A ver si la encuentras.


[1] Por cierto, que me ha sido imposible encontrar en la web una imagen de esa portada. Y estoy seguro de que no es producto de mi imaginación. Si tú la encuentras por ahí, sería un puntazo que me la hicieras llegar, porque me encantaría volver a verla.

Lemanómetro de septiembre: reptiles y orgías

Un mes más cumplo con mi cita para presentar las novedades que han pasado por la Torre. Llego bastante tarde, pero con la mochila cargada. Mira, si no, abajo.

Pero antes, una aclaración.

Noto signos de agotamiento en la, digamos, «estrecha» área temática que prevalece en el blog en estos últimos meses. Así que, después de darle algunas vueltas al tema, me he decidido por darle un pequeño giro: añadir algunos matices y aligerar otros. Retocar un poco la idea.

Mantendré el tsundoku, porque creo que es una tradición y un centro de gravedad que además marca una diferencia. Pero lo aligeraré de peso, porque creo que tampoco es plan de dorarme la píldora durante párrafos y párrafos con compras de libros que a poca gente le importan. Por ello, seré breve, intentando sintetizar en unas pocas líneas lo que me parezca más importante de la caza de cada mes, y añadiré recomendaciones, reseñas, reflexiones, novedades, frustraciones y cualquier otra cosa digna de mención que haya pasado por la Torre durante el periodo. Creo que esta concepción, más cercana a aun «estado de situación» enriquecerá más el blog.

Sin más dilación, vamos con ello. Para no perder las tradiciones, empezaremos por la caza.

Durante el mes pasado hice cuatro batidas y no tuve compasión ninguna. Fue uno de los más grandes meses, digno de recordarse en los anales del tsundoku: una de las mayores odas de amor a la literatura oscura, un frenesí de horror y tinta, una orgía cinegética que ya quisieran los predators:

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Destacaré, brevemente, el horror bundle de quince libros de la editorial Word Horde en Story Bundle. Todo canela fina. Cayó también otro bundle lovecraftiano de Lovecraft eZine porque estaba a un precio ridículo. Una última compra electrónica de seis libros sobre escritura, obras referenciadas a su vez en otro libro sobre escritura (Booklife, de Jeff Vandermeer). Y, finalmente, una compra en una librería, con cositas ricas a las que ya tenía echadas el ojo. Seguimos acumulando.

No sé por qué, pero al terminar el verano sentí un impulso irrefrenable de ver películas de reptiles asesinos. A veces surgen estos oscuros deseos con los que uno tiene que convivir, hacer las paces, y reconocer como consustanciales a una mente desequilibrada por culpa de las visitas al videoclub durante la infancia.

Como no encontré nada de cocodrilos, que era lo que realmente necesitaba, me tuve que conformar con Anaconda, en su lugar. Recordaba esta película como una auténtica bazofia. Vuelta a ver, tampoco es que sea muy buena, pero tiene una vena de aventura clásica que resulta enternecedora, y unas cuantas cosas buenas, dignas de mención: sale Machete, Owen Wilson sufre una muerte horrible relativamente pronto, el personaje gracioso no es un pelma detestable, los efectos digitales son cutres pero simpáticos, Owen Wilson sufre una muerte horrible relativamente pronto, Jennifer López está bellísssima y Jon Voight se come la pantalla con una actuación rayando en el absurdo y un acento imposible. Es, desde ya, uno de mis malos favoritos de todos los tiempos, con esa entrada en pantalla tropezando sobre el barco, esa salida regurgitado por una serpiente gigante, guiño de ojo incluido, y ese pecho (¡Dios, ese pecho!) amplio como hectáreas de cebada bajo el sol del mediodía. ¿He mencionado que Owen Wilson sufre una muerte horrible relativamente pronto?

Lo del guiño de ojo me resultó tan surrealista cuando vi la película por primera vez que llegué a creer que me lo había imaginado. Pero no: está ahí. Y ¿por qué? ¿Por qué está ahí? No dejo de preguntármelo. ¿Qué quiere decir? ¿Se supone que es un reflejo involuntario? ¿Acaso es un recuerdo de ese mismo gesto, que le hemos visto hacer antes en la película? Yo me inclino a pensar que Jon Voight simplemente no pudo evitarlo, inmerso como estaba en aquel desenfreno interpretativo. Probablemente no pudieran repetir la secuencia. O la repitieran y se le ocurrirían cosas peores, quién sabe. Puedo imaginarme el cachondeo del equipo durante la grabación.

En conclusión, una agradable sorpresa, Anaconda. La segunda parte, que lleva el ingenioso título de Anacondas, ya no me apetece tanto. Creo que no seguiré con la saga. La serpiente es un plato indigesto, por mucho que digan que sabe a pollo.

Siguiendo en la tónica de cine de animales tochos asesinos, caí en la tentación y vi en enfrentamiento entre Jason Statham vs Tiburón gigante: The Meg. Es una película perversa, traída desde las cavidades más inmundas del averno: actúa como una droga, que sabes que es muy mala para ti, pero no puedes dejarla. Me encanta que, desde el momento de la presentación de personajes, sabes cuáles de ellos van a morir y cómo van a morir exactamente, así que cuando finalmente ocurre es tan tópico que resulta cómico. Y luego está el torso de Jason Statham, con pelazo y todo, como Dios manda. No son hectáreas de cebada bajo el sol de mediodía, pero uno se puede dar un paseo por allí y volver a casa ya para la merienda. Para mi gusto, en la película faltó sangre, pero, claro, es que el bicho es muy grande y se come a la gente de un bocado, sin dejar ni una migaja.

También vi Tenet, el nuevo juguete de Nolan. Siendo un film espectacular, muy en su línea, me dio la impresión de que en esta ocasión se le veían demasiado las costuras, de que todo ese rollo de la entropía invertida no era más que una excusa para producir imágenes chulas. La batalla final me resultó decepcionante, y no podía evitar el tener la sensación de que los soldaditos que corrían hacia atrás iban demasiado despacio: como si estuvieran calentando, pero al revés. El resto de la película me recordaba constantemente al cine de Michael Mann. Y luego está Kenneth Branagh, que se come la pantalla: no es de este mundo, ese señor.

Gracias a la extensión online del Festival de Sitges ha pasado recientemente por la Torre la película The Dark and the Wicked, que arranca muy bien y mantiene una factura visual inusualmente inquietante, pero que, cuando la historia deriva hacia las posesiones demoníacas, me deja de funcionar y se convierte en una sucesión de sobresaltos orquestados por un diablo más preocupado por asustar al espectador que por su verdadero objetivo, que no es otro que apropiarse del alma de un moribundo. No quiero ser injusto (lo que hace, lo hace tremendamente bien), pero es que a mí las posesiones ni fu ni fa.

Este año estoy leyendo, por fin, A Night in the Lonesome October, de Roger Zelazny, que es un libro que estaba deseando leer desde que me enteré de su existencia. Lo estoy haciendo de la manera canónica, a un capítulo por día, hasta terminar en la noche de Halloween, porque así es como el libro está estructurado. Es una preciosidad de libro. Me encanta la voz del perro protagonista (sí, el protagonista es un perro. Concretamente, el perro de Jack el Destripador), entre ingenua, perversa y compasiva, algo muy próximo a una cierta mirada infantil. Al ver el argumento uno se espera un refrito amarillista, pero resulta que es un libro interesantísimo y muy inspirador.

He empezado la relectura de Salem’s Lot, uno de los primeros libros que leí de Stephen King, hace cientos de años. El comienzo es interesante: cómo juega con la información. Sabes que está manejándote a su antojo, es evidente cómo se guarda cientos de ases en la manga, pero a ni a ti ni al casino le importa gracias a esa máquina apisonadora que es la voz de narrador que tiene King.

Series: comenzando The Wire. No, aún no la había visto. Vamos lentos, pero seguros. Es impresionante la profesionalidad de la industria norteamericana: apenas avanzados un par de capítulos, ya tenemos una galería de personajes bien formados con los que todos nos podemos reconocer y que además despiertan nuestro interés. Sigo recorriendo Lodge 49: me encanta esa serie. El cuarto episodio, Sunday, creo que alcanza altas cotas de escritura. Empecé El tercer día, en HBO, que me gustó mucho, pero me voy a que esperar a que liberen todos los episodios porque paso de que sea la cadena la que me marque el ritmo. Y tengo pendiente Lovecraft Country. Ya caerá. Por lo que he visto por ahí, creo que ha sido un poco bluff.

Ah, me olvidaba: Errementari. Si solo quedáis con una cosa de esta entrada, por favor que sea esta película: es una joya. No os dejéis vencer por el equívoco marketing, que hace pensar en una película de posesiones cutre, y poneros a verla cuanto antes. Está en Netflix. Es un cuento lleno de poesía y sentido del humor basado en una leyenda tradicional vasca, facturado con un gusto exquisito. Una rareza en nuestro cine. Lo dicho, una joya.

Se acerca el festival Sui Géneris Madrid (todo online este año), y no puedo dejarlo pasar sin recomendarlo, incluido el congreso que aguarda agazapado entre sus góticas entrañas. Este año se reparte entre las tardes de un par de semanas y por eso no creo que pueda asistir, pero las actividades gratuitas del festival de este año son La Bomba y seguro que alguna cae.

En otro orden de cosas, en verano se me ocurrió una idea de reseñar relatos breves de terror por aquí, en forma de serie, resaltando sus valores y lo que se puede aprender de ellas, pero no sé si voy a tener tiempo. El proyecto pide a gritos una cierta regularidad. Ya veremos.

Finalmente, debo confesar que he vuelto a la bossa nova. Bueno, en realidad a Antonio Carlos Jobim, que es Dios, Amo y Señor. La necesitaba. Necesitaba esa nostalgia, y los recuerdos que trae, de una época que ya no existe, teñidos de amargura pero también felicidad.

Y eso es todo por ahora. Seguiremos vigilando desde la Torre.

Tsundoku, agosto 2020

Hola de nuevo.

El mes de agosto comenzó bastante tranquilo en cuanto a cacerías. El regreso de vacaciones, la puesta al día, la estancia en una casa extraña de una ciudad de provincias o el trabajo de documentación que pedían ciertos proyectos, fueron algunos de los motivos que me apartaron de la práctica cinegética.

 
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Ese trabajo de documentación del que os hablaba es el que justifica esta primera pieza, abatida rápidamente en formato electrónico con la única finalidad de resolver una breve consulta. Fue fácil.

 
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Pero unos días más tarde decidí darme un capricho. Thinking Horror es una publicación periódica cuyo tamaño me impide llamarlo revista. Horror y Filosofía, ¿hay algo más apetitoso para un gourmand del espanto? Su primer número, del año 2015, se estructura en una intermitencia de entrevistas y artículos, que vertebran la obra con polos continuos de interés. La línea editorial no es ligera, y creo que está plenamente justificada: desde la interrogación sobre el mismo concepto del horror, su diferencia con conceptos afines, hasta la emergencia de diferentes subgéneros o el rastreo de influencias históricas, aquí hay una preocupación y una adicción por el género que en la Torre nos enternece.

 
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Lost Signals y Lost Films son dos antologías de la editorial Perpetual Motion Machine, fundada por Max Booth III y Lori Michelle. Me interesó mucho su planteamiento, y por lo que llevo leído, hay mucha calidad aquí. Las atrapé juntas, en formato electrónico y directamente en la web de la editorial.

 
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Otra editorial norteamericana, Tachyon Publications, ofrecía gratis en su web esta novela de Lavie Thidar, Unholy Land, así que unos días después la metí en la saca también. Parece que va de viajes en el tiempo en Palestina, con lo que no sé muy bien qué esperar, si un drama pseudorrealista tipo Ken Loach o un thriller vertiginoso tipo Looper. Pero el autor está muy reconocido, así que confiaremos en él.

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El último trofeo es Cabal, de Clive Barker. Tenía yo una deuda imperdonable con el autor porque no había leído nada de él. Creo que esta indecorosa carencia nace de la forma en que se ha venido promocionando su obra, cargando siempre las tintas hacia un horror corporal que nunca me ha interesado mucho. Sin embargo, cuando vi hace un par de años la adaptación cinematográfica de esta novela, Razas de Noche (Nightbreed), me di cuenta de ahí detrás había un gran autor (además de un muy buen director), y empezó a interesarme la cosa. El Club de Lectura de Dentro del Monolito ha venido a ayudarme a saldar la deuda, pues Cabal supone la obra a tratar de este mes. Y su lectura está confirmando mis sospechas: aquí hay un autor magnífico, con un manejo envidiable del lenguaje, de la estructura y del subtexto.

Y esta fue toda la caza del mes de agosto. No mucha, pero muy seleccionada. He de advertir que en estos primeros días del mes de septiembre ya estoy acumulando unos cuantos trofeos. Se avecina grande este mes. ¡Hay que leer mucho, maldita sea! ¿No apetece, a la vuelta del verano, ese periodo inane de sol abrasador que derrite las neuronas e incapacita para cualquier actividad intelectual, arrancar el nuevo curso lleno de ímpetu lector y ganas de aprender? ¡La caza ha vuelto!

Bueno, en realidad nunca se fue. Seguimos acumulando.

Tsundoku julio 2020

Este mes la caza ha llegado de geografías diversas: desde Santander a Virginia (EE. UU.), pasando por Alicante o Madrid. Olvidados autores irlandeses, revistas de xenopolítica, ciencia ficción experimental, obra nueva española, terror surf e historia de la magia: un combinado heterogéneo y fresquito para el verano.

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Denis Bracknel es el nombre del chaval de quince años al que debe tutelar el protagonista de la novela, recién llegado a la mansión familiar. El muchacho tiene pequeñas manías, como realizar rituales a la luz de la luna y cosas así. Irresistible, vamos. Valancourt Books está reeditando la obra de Forrest Reid, un autor fallecido en 1947 que tuvo cierto éxito de crítica, pero prácticamente olvidado hoy en día.

 
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La revista Xenomórfica, Unidad Alienígena de Pensamiento y Vanguardia. Obviamente, tenía que pillarla.

 
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Comprando en preventa Agujeros de sol, la última novela de Nieves Mories, Dilatando Mentes te regalaba un relato de la autora y una breve antología, a modo de zine, llamada Ex Horror. El libro ha sido la última lectura del club de lectura de terror de Dentro del Monolito y encontraréis mi opinión al respecto en la reseña grupal que se publicará allí. Puedo adelantar que está envidiablemente bien escrito y que consigue transmitir la ansiedad que sufren los personajes inmersos en uno de los peores infiernos que existen en esta vida: la familia.

 
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Fantasmagoría es una historia de la magia. Ya la tenía echada el ojo hace tiempo y me decidí darme el capricho antes de las vacaciones. Es una gozada, La Felguera nunca decepciona. Venía con un pequeño detalle que puede apreciarse en la fotografía y que sin duda contribuirá a facilitar mi tránsito por el Segundo Confinamiento, en el probable caso de que este se produzca.

 
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En julio pasé unos días de vacaciones en Santander, alojado en un céntrico apartamento a unos metros de la librería Estvdio. Hizo un tiempo estupendo, 23 grados día y noche. Pudimos disfrutar de alguna jornada de playa y excursiones por el interior. El último día pude sacar unos minutos para entrar a echar un ojo por las estanterías de la tienda. El catálogo es estupendo y tienen cientos de libros de temática local. Suelta tu sucio tentáculo de mi tabla me hizo mucha gracia: la combinación de terror y surf está poco explorada y las dos cosas molan por separado, así que nada puede salir mal. El otro ejemplar que me llevé de allí, Artefacto, es un librillo de apenas 80 páginas que también tenía en el radar desde hace tiempo. El autor, Germán Sierra, lo escribió en inglés y ahora ha salido traducido al español por Javier Calvo, que fue lo que me acabó de convencer para llevármelo (su traducción de País de sombras, de Peter Matthiessen, que leí el año pasado, me dejó anonadado). Artefacto es una historia de ciencia ficción con un estilo bastante experimental que va asombrando a cada frase.

Y eso fue todo este mes. Escribo esto desde una vetusta casa asturiana a la entrada de un valle, poco después del amanecer. Fuera, la niebla flota sobre la tierra irradiando un brillo difuso, de tonalidades metálicas. El día nos depara nuevas experiencias, nuevas ideas, nuevos deseos y realidades contrastantes. Mientras tanto, nosotros seguimos acumulando.

Tsundoku junio 2020

Solo he cazado dos ejemplares físicos este mes, un par de referencias bibliográficas para el trabajo. El resto son trofeos digitales con motivaciones diversas.

 
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De Eltonsbrody dicen en Valancourt Books que «terribles secretos acechan tras las puertas cerradas de las habitaciones en desuso de la mansión Eltonsbrody. La tensión irá aumentando hasta desembocar en un final impactante y memorable que nos revelará el completo terror que habita entre sus muros». Además, el autor es caribeño y el libro estaba de oferta. Así es imposible resistirse.

Durante el mes de abril atrapé una oferta de dos meses gratis de Kindle Unlimited, el servicio de suscripción a e-books de Amazon. La oferta no es para tirar cohetes, pero no está mal. Tenían la obra de John Langan, un autor que me interesa mucho, y empecé a leer The Wide, Carnivorous Sky and Other Monstrous Geographies, que es un libro que tenía en el radar desde hacía tiempo. Como mis lecturas son erráticas por naturaleza y el confinamiento no ha hecho sino aumentar mi desorientación, se me han pasado los dos meses y el libro aún estaba por la mitad, así que he terminado comprándolo para terminármelo tranquilamente. Es magnífico, por cierto. El relato que le da título es una maravilla y The Shallows, cuya trama ocurre después del alzamiento de Nuestro Magnífico y Terrible Dios Cthulhu, es uno de los mejores relatos modernos de los Mitos.

Night Shift, traducida aquí como En el umbral de la noche, fue la primera antología de relatos de Stephen King, publicada allá por 1978. Gran parte de los relatos han tenido su correspondiente adaptación cinematográfica; particularmente recuerdo un par de ellos en aquella película que echaban una y otra vez en el Telecinco de la era Berlusconi, Los ojos del gato. La mayor parte de los relatos fueron publicados por primera vez en revistas para adultos, que es algo que, siendo una salida habitual para los autores de la época, siempre me llama poderosamente la atención y me evoca aquellos momentos de cambio social y ausencia de Internet. Necesitaba consultar este libro para algo que estoy escribiendo y la edición digital estaba barata.

Dandelion Wine es el libro favorito de uno de mis autores favoritos. Ray Bradbury marcó una época muy concreta de mi vida y me enamoré de su escritura desde lo primero que leí de él (Crónicas marcianas). Uno de mis relatos de terror preferidos (El siguiente de la fila) está incluido en su antología El país de octubre, que es mi «segundo libro favorito» de Bradbury. El vino del estío, que es como se llamó aquí (¡y qué buen título, por cierto!), lo leí por vez primera en una de esas inolvidables ediciones de Minotauro en tapa dura, sacada de la biblioteca pública, y recuerdo exactamente el momento y el lugar de su lectura, y las sensaciones que me despertó. Llevaba ya un tiempo queriendo releerlo, y esta voluntad se ha transformado en necesidad después del confinamiento. Así que por fin vuelvo a mecerme sentado en el porche junto a Douglas Spaulding y todos los días del verano por delante, listos para ser devorados. Te echaba de menos, Ray.

Eso es todo por ahora. Seguimos acumulando.

Tsundoku mayo 2020

El mes de mayo trajo piezas de indudable calidad a la Torre. Una gran recolecta, sin duda:

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Lo primero que llegó fue una compra que hice justo antes de quedarnos encerrados todos en casa. Una de las dos lecciones que yo he sacado de este confinamiento es que, si puedes, es mejor pasar de los intermediarios. La otra es dejarse de amazonas y apoyar el comercio local. El caso es que la buena gente de Cerbero me lo hizo llegar cuando las aguas empezaron a volver a su cauce. Todo esto me apetece mucho leerlo; lo tenía echado el ojo desde hace tiempo. La encuadernación de Cuéntame un cuento japonés… me tiene totalmente enamorado.

En el Club de Lectura de Terror de Dentro del Monolito hemos empezado a leer el Noctuario de Ligotti, y yo no sé qué estáis haciendo que no os apuntáis ya a tan distinguida sociedad de adictos a escalofríos deliciosos. Del Noctuario llevo leído un tercio y, como era de esperar, no decepciona. Me gusta degustarlo a sorbitos, como un vaso de absenta. Da igual por qué página lo abra, que siempre encuentro una frase me que conmueve. Creo que la importancia de Ligotti no hace más que crecer y crecer.

Palabras mayores es un ensayo con recomendaciones, respuestas, curiosidades o propuestas para mejorar el uso del lenguaje, en pequeñas píldoras. Concretamente, 199 pequeñas píldoras. Me lo recomendó mi mentora. Pero ese es otro tema del que quizá hable algún día. O quizá no.

Paperbacks from Hell. Y ¿qué diablos puedo yo decir de Paperbacks from Hell que no se haya dicho ya? Ese libro es un Acto de Amor y exuda sensualidad y erotismo por todas y cada una de sus moléculas de tinta. Por cierto, que el autor es el mismo de Horrorstör, al que también tengo echado el ojo. En cuando me dé la venada, lo veréis desfilar por aquí. Me refiero al libro, no al autor.

Las obras completas de Poe. ¿Por qué no? O, mejor dicho ¿cómo diablos es que no contaba ya con semejante pieza entre mis trofeos? Era, sin duda, una falta indecorosa. Tenía por ahí una versión pdf de sus Tales of Mistery and Imagination ilustrada por Clarke, pero detesto leer en una pantalla, además de que ahí faltan obras. Después de leer Technicolor, el relato de John Langan sobre La máscara de la muerte roja incluido en su The Wide, Carnivorous Sky and Other Monstruous Geographies, me vi obligado a volver al relato de Poe, así que pillé el e-book de Delphi, de los que tengo algunas obras completas de otros autores y siempre me han ido bien. Tengo que revisar la peli de Corman, por cierto: recuerdo que las vi todas en mi adolescencia, en un ciclo que echaron en la segunda cadena, si mi memoria no me falla. También tengo que revisar La narración de Arthur Gordon Pym. Lo leí hace demasiados años, y me encantó.

De Enoch Soames leí en algún sitio que era un relato fundacional del terror moderno. Así que lo cacé enseguida. Fue presa fácil.

The Delicate Dependency es una novela de vampiros que estaba incluida en una de las ofertas semanales de Valancourt Books. Buenas críticas y depreciación del dólar, ¿qué más se puede pedir?

Charles Beaumont es un autor poco conocido por estos lares. Escribió unos cuantos episodios de Twilight Zone, y lo he visto como propuesta de lectura de otro club que hay por ahí. No he leído nada de él, y esa es una falta que debería corregir.

Por último, Cuentos de ánimas es un juego de rol narrativo sobre terror rural. Evidentemente, tenía que cazarlo. Lo estoy leyendo estos días, es bastante inspirador.

¡Qué buena cosecha, por Tanith!

Seguimos acumulando.